Afortunados nos debemos sentir los cordobeses de haber nacido en una ciudad como la nuestra.
No son pocas las personas que quizás por el hecho de ser de la tierra, apenas han mostrado interés por conocer el patrimonio de una ciudad como Córdoba. Consciente de que no se puede generalizar en cuestiones como estas, sí que puedo afirmar que en muchas ocasiones hay una cierta tendencia a sobrevalorar lo de fuera, y bien por pereza, desinterés o por el mero de hecho de pensar que lo tenemos a tiro piedra nunca dedicamos el tiempo necesario para perdernos por sus calles y adentrarnos en la historia de nuestra ciudad.
Basta con salir cualquier día de la semana, disfrutar del legado monumental que han ido dejando los diferentes pueblos que decidieron hacer de Córdoba una de las grandes ciudades del mundo, perderse por sus callejones llenos de historias y leyendas, donde el sonido de un hilo de agua, la sombra y el olor de un naranjo o la blanca cal de sus fachadas salpicadas de geranios y gitanillas nos invitan a dar un salto en el tiempo y trasladarnos a épocas pasadas en las que nuestra milenaria ciudad de Córdoba se fue forjando para convertirse en destacado centro cultural.
Sin embargo, serán esos turistas que llegan diariamente los que se encargaran de difundir la grandeza de nuestra ciudad más allá de los límites de nuestra provincia, quienes cámara en mano se arremolinan en cualquiera de sus calles, plazas o jardines para aprovechar hasta el último segundo en ella, intentando inmortalizar cualquiera de sus rincones para llevárselos consigo y no olvidar la experiencia de su visita a una ciudad mágica y única como lo es nuestra Córdoba.
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