En al-Andalus, al igual que cualquier otro territorio islámico, la justicia era impartida por alfaquíes, doctores de la ley coránica que eran nombrados por el emir o el califa. En el Islám, se considera la justicia como una virtud suprema que les ordena a los musulmanes ser justos con sus amigos e iguales, y a ser justos en todos los niveles. Pero el Corán no describe cómo debe impartirse la justicia, para eso se escribieron varias interpretaciones del Corán. Teniendo en cuenta que los Omeyas pertenecían a la rama sunní, en al-Andalus se siguió el rito o doctrina Malikí, o lo que es lo mismo, las interpretaciones que hizo Málik ibn Anas, imán y juez en Medina, partidario de los Omeyas. El Malikismo dominó todo al-Andalus y gran parte del Magreb, siendo aceptado rápidamente por el pueblo por su capacidad de adaptarse a las necesidades socio-económicas y políticas de la sociedad andalusí.
Una de las adaptaciones que los musulmanes hicieron en su sociedad fue la de continuar con el cultivo de vides y la producción de vino, que desde época pre-romana se venía realizando en la Península Ibérica. A la llegada de los musulmanes, estos mantuvieron las costumbres de los nativos hispanos y entre ellas el consumo del vino. En el califato andalusí, y a pesar de los preceptos religiosos islámicos el vino, no desapareció, y altos mandatarios como Abderramán III gustaban de incluir vino en sus fiestas y toleraba su consumo siempre que fuese moderado.
En al-Andalus, existen diversos testimonios escritos sobre la jurisprudencia ante flagrantes casos de consumo de alcohol. El mejor texto para entender la labor de los jueces es el conocido como Historia de los jueces de Córdoba cuyo autor, Mohamed al- Jusaní (o Joxaní), narra: “Lo que se cuenta de la conducta de los jueces andaluces en esta materia, es decir, el que los jueces cerraran los ojos para no ver a los borrachos, y su evidente negligencia en castigarlos y hasta la excesiva benignidad con que los trataban,
“Un día, andando por la calle, un juez vio un borracho y dijo a su secretario:
– Préndelo para aplicarle la pena con la que la ley castiga la borrachera.
– ¡Señor juez! – exclamó el borracho al oír esa orden – Ven tú mismo y préndeme. Si me tocas, te voy a arrear un sopapo que te sentará muy bien.
El juez, al ver el cariz que la cosa presentaba, se desvió del camino del borracho yéndose por otra parte. Y dijo luego a su secretario:
¿Has oído lo que decía el borracho? Yo creo que era capaz de hacerlo. Gracias a Dios que nos hemos librado.”
La justicia en Al-Andalus era una virtud suprema que les ordena ser justos con sus amigos e iguales.
No parece que la justicia fuera muy exigente, ni siquiera en cuestiones teológicas; a pesar de que los jueces de Córdoba se distinguieron generalmente por su integridad, haciendo notar su escrupulosa fidelidad en los actos judiciales. Sin embargo, ante la ausencia de una jurisprudencia sobre el abuso del vino o ante los borrachos, muchos jueces prefirieron ignorar estos actos, eludiendo directamente la cuestión. Los jueces llegaron a mostrarse contrarios a castigos por embriaguez incluso delante de otros jueces; como nos cita el siguiente caso:
“Un día, en casa de un juez, se presentó un funcionario público que traía un hombre que olía a vino y lo denunciaba como bebedor. El juez le dijo a su secretario:
- Huélele el aliento.
Y el secretario se lo olió y dijo:
- Sí, sí, huele a vino.
Al oír esto, se notó en la cara del juez el disgusto, y le dijo a otro juez que se hallaba en la casa:
- Huélelo tú.
El otro juez lo olió y dijo:
- Efectivamente encuentro que huele a algo; pero no percibo con seguridad que sea olor a bebida que pueda emborrachar.
Al oír esto brilló en la cara del primer juez la alegría y dijo inmediatamente:
Que lo pongan en libertad; no está probado legalmente que haya cometido esa falta.
Los jueces, sin embargo, fueron muy estrictos con los farsantes que pretendían obtener dinero de la gente; persiguiendo a los charlatanes callejeros que decían cosas atribuidas al Profeta y que no eran sino mentiras e inventos. A los que se revolcaban por el suelo haciendo creer que eran epilépticos; a los que simulan tener lisiadas las piernas; a los que se herían las manos y hacían creer a la gente que tenían lepra.
Un caso anecdótico relacionado con los jueces se produjo durante el gobierno del emir Abderramán II. Este monarca nombró juez de Córdoba a Said Ben Soleiman, que vivía en el Llano de las Bellotas (hoy conocido como Valle de los Pedroches). Este juez iba a la mezquita siempre vestido de blanco, con bonete blanco y capa del mismo color, de tal modo que los curiales se reían de él a sus espaldas. Cierto día, en referencia a su lugar de origen, le pusieron un buen montón de cáscaras de bellotas bajo su cojín y esperaron su reacción. El juez se sentó y notó que algo crujía bajo su asiento. Al darse cuenta de la broma de los curiales, les dijo:
- Asamblea de curiales, me echáis en cara que yo sea del Llano de las Bellotas, pero debo ser tan duro como la madera del carrasco que no se hunde.
Acto seguido los castigó con un año sin oficio, para que vieran que no eran tan inocente como creían por ser del Llano de las Bellotas; y así hasta que los curiales estuvieron a punto de arruinarse, quedando pobres.
Estas y otras muchas cosas ocurrieron a los jueces en al-Andalus durante el periodo musulmán.
Historiador, Arqueólogo e Intérprete del Patrimonio
Me encanta vuestros relatos ya mismo nos tomaremos un vinilo o juan