Pasear por la Mezquita-Catedral de Córdoba es una de las mayores experiencias de las que puede disfrutar una persona cuando visita nuestra preciosa ciudad, la singularidad del edificio es abrumadora y el efecto visual inolvidable.

Curiosamente hay un sinfín de capillas y altares que pasan desapercibidos, se ven de telón de fondo, se puede ver esa peculiar mezcla de estilos sin mayor trascendencia para quien nos visita, a excepción de la Capilla Real. Quizá sea su ubicación o su decoración, pero la Capilla Real llama la atención del visitante y con razón, es una de las capillas más bonitas que tiene la Mezquita.
La construcción de esta capilla se remonta al s.XIV, y aunque hay fuentes documentales que la sitúan en época almohade, como tribuna, desde donde dirigir la oración coránica otras la sitúan en tiempos de Alfonso X el Sabio, sin embargo esta única fuente documental tiene una defectuosa lectura y una mala interpretación, la fuente escrita más fiable es la que le atribuye la construcción de esta capilla a Enrique II, ya que consta que la “mando facer” y que la acabó.
Y es que en septiembre de 1312 fallecía en Jaén el rey Fernando IV de Castilla, sus restos iban a ser trasladados a San Juan de los Reyes de Toledo o Sevilla, pero debido a las altas temperaturas tuvieron que sepultarlo en la ciudad más próxima, que era Córdoba.
Alfonso XI había manifestado el deseo de ser enterrado en la misma capilla donde se encontraba el cuerpo del rey don Fernando, su padre, en la iglesia de Santa María (hoy capilla de Villaviciosa) y a su muerte en Gibraltar en 1350 por una epidemia de peste negra se puso en marcha el traslado de sus restos a Córdoba, quedando primero depositados en la Capilla Real de Sevilla hasta 1371, año en el que su hijo Enrique II los traslada, por fin a Córdoba. La crónica de Enrique II será la primera que dará el título de Capilla de los Reyes a este espacio, habiendo también una inscripción puesta por Enrique II en el zócalo de la capilla, que es donde pone, que fue él quien la mando hacer y la acabó en el año 1371, coincidiendo esta fecha de finalización de la capilla con la del traslado de los restos mortales de su padre, el rey Alfonso XI, de Sevilla a Córdoba.
Con lo que se debe hablar de dos etapas constructivas de la capilla, la parte baja adaptada para el enterramiento de Fernando IV hacia 1312 y la parte alta con los paramentos interiores lujosamente decorados por Enrique II en 1371.

Esta capilla es uno de los mejores ejemplos de arte mudéjar que tenemos en Córdoba, junto con la Capilla de San Bartolomé y la Sinagoga, ataurique y lacería decoran la capilla junto con mocárabes de yeso, decorada en su parte baja con un precioso zócalo muy similar al de San Bartolomé.

El acceso a esta capilla eran dos puertas –hoy ventanas- que se encontraban en el costado occidental a las que se accedía desde el presbiterio de la capilla de Villaviciosa. Los cuerpos de los monarcas estuvieron en la Capilla Real hasta el s.XVIII, momento en que se trasladaron a la Real Colegiata de San Hipólito y los capellanes se llevaron todo el patrimonio mueble de la capilla, hoy día en su interior se puede ver una imagen de San Fernando del s.XVIII.
Este abandono hizo que la parte baja de la capilla se utilizase como sacristía de la capilla de Villaviciosa durante el pontificado de don Pedro de Salazar y Góngora en 1739. Hoy día no es visitable, ya que las puertas, tras las que había unas escaleras para acceder a la parte alta, se cerraron, pero desde abajo se tiene una vista impresionante de la que bajo mi humilde opinión es una de las capillas más bonitas de la Mezquita-Catedral, si usted pasea por el bosque de columnas, de entre todas las flores, la más bella será.
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