Vivir en la ciudad que fundó Claudio Marcelo hace más de 2.200 años es un privilegio al que no todo el mundo tiene acceso. Somos los herederos de una cultura milenaria; son muchos los que han dejado sus huellas en nuestro suelo. Huellas romanas, visigodas, musulmanas, judías y cristianas. Los cordobeses actuales no somos dueños de todo eso; somos los depositarios, los responsables de un ingente Patrimonio que debemos, por este orden, conocer, respetar, defender, preservar y difundir. Pero ¿y si ese Patrimonio choca con el desarrollo actual de la ciudad? ¿Y si “lo que hay abajo” frena la modernización? Como dice Rafael, uno de los dueños de patio con más arte de Córdoba: aquí “escarvas” un poco y te sale un romano mirando pa’ Cádiz.

Fuente: commons.wikimedia.org / Autor: José Luis (Jbribeiro1)

Imagen: http://cordopolis.es/2017/05/28/cercadilla-26-anos-de-una-herida-patrimonial-sin-cicatrizar/
El reto es conseguir el equilibrio entre la “modernización” y el mantenimiento del patrimonio arqueológico y cultural. Y este equilibrio no siempre es fácil; es más, en muchas ocasiones es muy complicado. La historia reciente de la ciudad está plagada de casos en los que la opinión pública y los intereses económicos vieron en “esas malditas piedras viejas” un freno para la ciudad. Los hallazgos del foro en el entorno del bulevar del Gran Capitán, el complejo monumental de Cercadilla o los arrabales occidentales son un claro ejemplo de ello. A mediados de la década de los ’80, importantísimos restos de época romana, vinculados con el centro de poder político de la Córdoba imperial, fueron sacados a la luz y vueltos a cubrir en una maniobra política en la que autoridades locales y autonómicas no dudaron en “pasarse la pelota” unas a otras. En 1991, la obras de la nueva estación de trenes y el soterramiento de las vías del AVE dieron con los monumentales restos del palacio de Cercadilla; un complejo palatino bajoimperial prácticamente único en el Mediterráneo Occidental. En esta ocasión, la presión política para que todo estuviera listo para la EXPO de Sevilla del año ’92 supusieron el arrasamiento y destrucción de casi tres cuartas partes de lo que fue. A finales de la década de los ’90 e inicios del siglo XXI, la expansión urbana de Córdoba supuso el hallazgo de cientos de hectáreas de arrabales -barrios extramuros- del siglo X. Se excavaron, se documentaron y se destruyeron.
En todos los casos comentados los intereses políticos y/o económicos dieron al traste con un patrimonio arqueológico único. En todos los casos, este patrimonio fue visto más como una carga que como una oportunidad. Cierto es que no puede mantenerse “todo” pero también es cierto que necesitamos que los cordobeses conozcan y valoren el potencial de nuestro subsuelo. Son muchas las ocasiones en las que, guiando a convecinos por las calles, al explicar tal o cual resto arqueológico la respuesta ha sido: “pues ni idea de que ésto estaba aquí”.
¿Cómo defender aquello que no conoces? Es responsabilidad de todos los agentes sociales que esto no ocurra. El día que el cordobés medio se crea que la Córdoba del siglo I d.C. fue una Roma en pequeñito o que la capital del Califato Omeya de al Andalus fue la ciudad más opulenta y populosa del Mediterráneo occidental… ese día, nos comeremos el mundo. Es nuestro patrimonio arqueológico la prueba tangible de ello. No es, por tanto, una carga… Es una oportunidad de oro para nosotros, herederos de Séneca y Al Hakam II, de renacer de nuestras cenizas y demostrarle al mundo, a los miles de viajeros que llegan a nuestras tierras, que en Córdoba hay mucho Patrimonio por ofrecer. Es, como intérprete, como especialista, mi responsabilidad. Espero poder estar a la altura de las expectativas.
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