El trabajo de guía por definición es bastante repetitivo ya que solemos pronunciar el mismo discurso casi cada día, e incluso el mismo día podemos llegar a repetir la información hasta tres veces. Es un trabajo sacrificado ya que se trabaja todos los días del año, de lunes a domingo y fiestas de guardar, porque además nuestros picos de trabajo suelen acentuarse cuando los demás disfrutan de unos días de asueto durante puentes y vacaciones habituales, por lo que no siempre es fácil la conciliación laboral y personal. Por si fuera poco, trabajamos en la calle expuestos a las inclemencias el tiempo y aún estando resguardados en el interior de monumentos, nadie nos libra tampoco del frío de la Mezquita en invierno y del bochorno del Salón de los Mosaicos en verano. Visto así no parece que pueda convencer a nadie de lo bonito y satisfactorio que es nuestro trabajo. Y sin embargo lo es.

Lo enriquecedor es servir de puente entre el visitante y nuestra ciudad, su cultura, su historia, sus edificios, costumbres, tradiciones, misterios, curiosidades y verbenas. Lo que le da sentido es que a pesar de ver lo mismo todos los días, podemos verlo con ojos nuevos a través de los ojos de nuestros visitantes cuando se sorprenden, se maravillan o se interesan por cosas que a nosotros nos resultan banales. Y ese carácter embajador aún se acentúa más cuando los clientes son extranjeros. Ya de por sí, hablando en español vimos que los cordobeses tenemos un vocabulario propio, pues si ya hay que ingeniárselas para explicar conceptos genuinamente culturales, nuestro trabajo consiste en desmenuzar la realidad.
No puedo negar que mi formación de traductora hace que me resulten muy interesantes algunos conceptos cuando me enfrento a ellos en otro idioma. Y es que en realidad, para mí, a pesar de que no tengan nada que ver ambos trabajos, la esencia es común para guías y traductores: ambos somos el medio para que dos culturas se encuentren y una pueda entender a la otra. Aunque esta tarea no está exenta de dificultades. Un clásico en los problemas de traducción, suelen ser los platos y las recetas culinarias, ya que son realidades que no existen en otro idioma, y es un problema común para los guías. Evidentemente, nunca podremos traducir flamenquín literalmente (¿”pequeño flamenco”?). Pero la experiencia me ha enseñado que en el caso de flamenquín, por ejemplo, no vale con decir que es un rollo de carne de cerdo con jamón serrano (jamón serrano, otro gran concepto no siempre entendido…) y obviar la parte de que está empanado y se fríe, dos detalles que se nos suelen olvidar. Y nos pasa lo mismo con el salmorejo que normalmente lo despachamos rápidamente describiéndolo como una sopa de tomate cuando ni tiene textura de sopa ni está caliente. En estos casos siempre es muy socorrido acudir a una fotografía para que la persona en cuestión visualice el concepto y ya de paso vea si le resulta apetecible o no.
Pero ¿y si no hay imagen que valga? ¿Y si tenemos conceptos tan históricamente propios y genuinos como mudéjar, mozárabe, morisco o muladí? Para esos conceptos no hay fotos que inmortalicen esa realidad y hasta en muchas ocasiones hay que “traducirlo” aunque nuestro público también sea nacional. Y eso también enriquece, poder enseñarle una palabra nueva a alguien en su propio idioma.
Junto con las recetas y los conceptos históricos, los aspectos más folclóricos relacionados con tradiciones, festividades y religión suelen dar también quebraderos de cabeza, como cuando nos encontramos ante la custodia de Arfe y tu interlocutor no conoce la religión católica y hay que introducir el propio concepto de custodia, hostia consagrada o corpus christi. Y es que ésa es otra: hablar de la Semana Santa, las hermandades y cofradías, los pasos, las saetas y toda su idiosincrasia. Realidades llenas de matices en las que el papel del guía es crucial para hacer ver y entender un aspecto cultural variado y rico que sin embargo, puede llegar a caricaturizarse (no olvidaremos nunca, por mucho que queramos, cómo en la segunda entrega de aquella saga de Tom Cruise aparecían antorchas y se hablaba de quemar santos en plena Semana Santa sevillana).
Pero me van a permitir que termine hablando de mi concepto favorito. No puedo evitar, al estar en Tendillas, hacer alusión al reloj, que da la hora por soleares, cosa que de por sí sorprende a propios y a extraños, y explicar que es en esta plaza donde nos comemos uvas. Y es que, como cantaba Mecano, “los españolitos hacemos por una vez algo a la vez”, y siempre se me escapa una sonrisa cuando les explico todo el proceso que implica tomar las uvas: ubicarlos en Nochevieja, poco antes de medianoche, elegir las uvas, pelarlas o no, quitarles las pipas o no, el que decide tomar aceitunas o cacahuetes porque no le gustan las uvas, pedir silencio en la sala, subir la tele, no liarse con los cuartos, las campanadas, no atragantarse en el intento y decir con la boca llena “¡feliz año nuevo!” y felicitar y dar besos a todos los que te rodean acabando de masticar las que aún te quedan en la boca. Y entonces tu interlocutor lo visualiza y también se sonríe y sabes que te ha entendido y te llena de orgullo comprobar que el mensaje ha llegado a buen puerto y que las mil palabras que valen más que una imagen han valido la pena.

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