He nacido en Córdoba. Me he formado en Córdoba. Vivo y trabajo en Córdoba. Llevo entrando en la Mezquita Catedral desde que era una cría. Cualquiera podría pensar que ya lo he visto todo allí dentro y he experimentado en su interior todo lo experimentable. Si es así, están muy equivocados.
El día que nos entregaron la acreditación como “intérprete autorizado” del Conjunto Monumental Mezquita-Catedral no sólo fue el resultado de meses de estudio y un proceso de selección complejo y exigente… fue el momento en el que me dije para mí misma: “ahora sí; ahora puedo compartir algo muy grande con el mundo”. Esa es la actitud con la que me dirijo, casi a diario, al Patio de los Naranjos a recoger a los visitantes que confían en nosotros para descubrir el monumento más valorado de España y Europa por la amplia comunidad de TripAdvisor.
Con esta entrada en el blog no pretendo hacer un resumen de lo que contamos en las visitas al interior del Monumento; mi intención es compartir las sensaciones, los sentimientos, que se perciben… Hay lugares a lo largo y ancho del mundo que transmiten “algo” y otros que no… Y cómo no va a transmitir un edificio que lleva en pie, y en uso ininterrumpido, más de 1.200 años. La delicadeza interior, en contraste con la potencia fortificada de los muros exteriores, deja a los visitantes casi sin palabras; necesitan unos segundos para asumir tanta belleza. Prácticamente todos quieren dejar constancia del momento a través de sus cámaras. Sin embargo, ¿es posible plasmar en una foto los sentimientos? Ni la mejor fotografía del mundo es capaz de hacer eso.
Uno de los momentos más especiales, de esos que deja boquiabiertos y sin palabras al visitante, es la llegada al gran crucero central, al corazón de la Catedral. El contraste entre la arquitectura musulmana y la edificación cristiana es brutal. Acceder desde el bosque de columnas, alzar la mirada y descubrir las lacerías, la decoración y la cúpula ovalada hace que se nos erice la piel y, en algunas ocasiones, se escape alguna lágrima. Es imposible contener la emoción.
Hacer una visita guiada a un lugar como éste, no sólo es dar unos cuantos datos interesantes. Es compartir una experiencia; es pasear y transmitir el valor incalculable de un edificio único en todo el mundo; es, al fin y al cabo, un tremendo privilegio para unos pocos elegidos. No se me ocurre un trabajo más hermoso y evocador que éste… Es más, determinados días, al acompañar a los visitantes al interior y contar las historias del lugar, aún me emociono y noto como el vello se me pone de punta. Así que no lo duden; busquen a quien explica, disfruta, vive y sonríe paseando entre columnas. Si me quieren encontrar, allí estaré… en la Mezquita Catedral de Córdoba.
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