Continuando con nuestra serie sobre las costumbres funerarias de los cordobeses a lo largo de la Historia, llegamos ahora al periodo medieval; concretamente al periodo islámico. La llegada de grupos bereberes y árabes a partir de 711 supuso la imposición de una nueva religión y, en consecuencia, una nueva forma de concebir la muerte. No obstante, las comunidades cristianas que permanecieron en las ciudades -mozárabes- mantuvieron sus costumbres y modos de enterramiento.
Los cementerios islámicos –makbara, en singular, y makabir, en plural- se localizaban, siguiendo tradiciones previas, a las afueras de las ciudades, junto a las principales vías de comunicación. Los makabir eran espacios abiertos, sin muros que los cerraban y crecían de forma irregular en los alrededores de los arrabales -barrios extramuros-. Si seguimos las indicaciones de las fuentes escritas, en la Córdoba del siglo X había un total de 21 necrópolis. Estos cementerios se nombraban en función de aquellos personajes de la corte (principalmente mujeres) que habían favorecido su creación -y la de mezquitas aledañas-. Así, conocemos la makbara Mu’ammara (concubina de Abd al Rahman II), makbara Umm Salama (esposa de Muhammad I) o makbara Mu’ta (concubina de al Hakam I). En otras ocasiones recibían el nombre de la puerta junto a la que se encontraban, como la makbara Bab Amir al-Qurasi.
El interior de las ciudades estaba reservado a los miembros más destacados de la comunidad: califas, miembros de la familia real, altos dignatarios etc. En el caso de Córdoba, dicho panteón real estaría al interior del recinto del alcázar andalusí, rodeado de jardines, en un espacio conocido como Rawda al Julafa. Aunque a día de hoy no disponemos de una ubicación confirmada para dicho cementerio, diversos trabajos llevan a situarlo en el entorno del Seminario de San Pelagio.
El rito funerario musulmán por antonomasia es la inhumación. Antes del enterramiento se realizan una serie de pasos como el lavado, amortajamiento, traslado, banquete funerario y oraciones en honor del difunto. Se entierran en fosas poco profundas, directamente sobre la tierra, sin ataúd, envueltos en un sudario. La tumba se cubre con piedras, tejas o ladrillos. El cadáver se coloca en decúbito lateral orientado en ángulo recto con el muro de la qibla de la Meca. Así, los excavados en la ciudad de Córdoba, si sitúan en decúbito lateral derecho, en eje NE-SO, con las extremidades inferiores flexionadas, los brazos recogidos sobre la zona pélvica y el rostro orientado hacia el SE. Por otro lado, según la ley islámica, está prohibido enterrarse con ajuar. De este modo, lo máximo que aparecen en las tumbas son anillos o pendientes.
En los últimos años se han excavado varios miles de tumbas procedentes de este periodo. Así, los especialistas han podido trazar el perfil de cómo sería el enterramiento más común en la Córdoba musulmana. La mayor parte de las tumbas eran fosas simples, muy sencillas cubiertas con tejas dispuestas de forma transversal. Sobre esta cubierta se colocaría un pequeño túmulo de tierra. A los pies se colocaba una pequeña lápida llamada testigo o sahid para poder identificar, así, al difunto.
Este es, pues, el rito funerario que predominó en la ciudad de Córdoba durante el periodo de dominación musulmana.
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[magicactionbox id=”11191036″]Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
Muy interesante muchas gracias para su artículo.
Todos descansan sobre el lado derecho , curioso
muy interesante, grácias
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