A lo largo del siglo III se gestó, en el seno de la Iglesia, un movimiento de vuelta a los sentidos más originales y primigenios del Cristianismo; un retorno a la pobreza, a darse a los demás, a la oración y, en definitiva, a alejarse del mundo para, en soledad, orar y ofrecer sacrificios y penitencia a Dios. Algunos de aquellos que se retiraban a vivir alejados del mundo adquirían pronto fama de piadosos y santos por lo que eran muchas las personas que seguían sus pasos y huían de las ciudades para unirse a ellos en su forma de vivir la fe cristiana. Este es el origen de monasterios, ermitas, cenobios… y de figuras como San Antonio (considerado el primer monje del Cristianismo en el Egipto de finales del III), San Jerónimo, San Benito o el mismísimo San Agustín. En la Península Ibérica, personalidades tan interesantes como Prisciliano, San Fructuoso de Braga o San Isidoro fueron los padres del monacato y redactores de algunas reglas que han marcado el desarrollo de los ascetas durante toda la Edad Media.
Desde muy temprano, la provincia de Córdoba no fue ajena a estos nuevos aires del Cristianismo y sabemos de la presencia de cenobios, monasterios y ermitas ubicados principalmente en la sierra, donde buscaban alejarse de las tentaciones del mundo. Gracias a los textos de San Eulogio de Córdoba (del que ya hablamos al referirnos a los mártires cordobeses en otra entrada de este blog) conocemos los nombres y localizaciones aproximadas de algunos de estos monasterios entre los siglos VII y IX). Así, nuestra sierra se plagó de monasterios y ermitas como los de San Félix, Peñamelaria, Cuteclara, San Salvador, San Martín… Durante la dominación musulmana, fueron centros en los que el Cristianismo se mantenía vivo frente a una sociedad cada vez más islamizada. Con el paso del tiempo muchos de ellos se abandonaron y, a día de hoy, sólo son nombres en una lista, ya que desconocemos su ubicación exacta.
Tras la reconquista de las ciudades, el Cristianismo se convirtió en la religión oficial y las costumbres comenzaron a relajarse; las prácticas se hicieron más cómodas. Por otro lado, las altas instancias de la Iglesia se habían vuelto demasiado poderosas y, en muchos casos, corruptas; más cercanas al “vil metal” que a velar por la fe de su rebaño. Así, desde el siglo XIII encontramos un movimiento de vuelta a la realidad más pura y sencilla del Cristianismo; una ruptura con la cotidianidad y un retorno a los valores de la oración, penitencia, sacrificio, restricciones y alejamiento del mundo. Es el momento en el que, de nuevo, las sierras, desiertos y afueras de las urbes vuelven a poblarse con monjes, eremitas y anacoretas.
En este sentido, entendemos mucho mejor la fundación del monasterio de San Jerónimo de Valparaiso (al que dedicamos otra entrega en nuestro blog) a principios del siglo XV de la mano de fray Vasco. Muy destacado, por las mismas fechas, es el caso del Beato Álvaro de Córdoba, actualmente patrón de las Cofradías de la ciudad. Él pasó de ser el confesor de reyes y reinas a, tras un viaje a Tierra Santa que le cambió la vida, fundar a las afueras de Córdoba el Convento de Scala Coeli (hoy santuario de Santo Domingo) donde además de hacer oración y penitencia, existían varios oratorios que reproducían y veneraban los últimos momentos en la vida de Cristo, a modo de un recorrido. Aquí encontramos el origen de una de las costumbres más asentadas del cristianismo como el rezo del vía crucis.
Otro espacio dedicado a la oración y penitencia en la sierra de Córdoba es el llamado “desierto del Bañuelo” o “eremitorio del Padre Cristóbal” en las cercanías de las Jaras. El Padre Cristóbal fue, a mediados del siglo XVII, una figura digna de imitación por su fe y su entrega a los demás como sacerdote y confesor. Durante 6 años estuvo retirado en este alejado paraje denominado “el Bañuelo” donde se convenció que su papel en la vida era la ayuda a los más pobres. El resultado fue la fundación del Hospital de Nuestro Padre Jesús Nazareno en 1673.
Cuando en Córdoba mencionamos las “Ermitas” los cordobeses pensamos en la “cuesta del reventón”, la gran escultura que domina la ciudad, la calavera y la cazuela de habas que cada año ofrece la Asociación de Amigos de las Ermitas. En el paraje conocido como el desierto de Belén, se construyeron en los primeros años del siglo XVIII, 13 sencillos eremitorios en los que poder retirarse en oración y soledad. Su iglesia se consagró, en el año 1709, a Nuestra Señora de Belén, patrona del lugar. La imponente escultura del Sagrado Corazón de Jesús se erigió en 1929. A día de hoy se ha perdido, en parte, su función original (aunque están regentadas por los Carmelitas Descalzos y se usan como casa de convivencias) y se pueden visitar por parte de cordobeses y visitantes. Sus vistas de la ciudad son inolvidables.
Nuestra sierra, como pueden comprobar, está llena de rincones pensados para meditar, pasear y, como no, disfrutar del paisaje, la Historia y el Arte.
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Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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