En la entrada de hoy analizaremos una cuestión que intervino de lleno en las representaciones teatrales, me estoy refiriendo a la estrecha relación que llegaron a mantener el teatro y la política. Tal como explicamos en la última entrada dedicada a los ludi scaenici, el teatro romano fue una excelente representación de la sociedad del momento que hacía factible su uso como instrumento político. Así, nos lo hace llegar Cicerón, quien relata como había individuos dedicados a la política que en su llegada al teatro eran recibidos con aplausos o en el peor de los casos, con silbidos o gritos de desaprobación.
Por lo tanto, el teatro al igual que el circo y el anfiteatro se convirtieron en los escenarios perfectos para que la plebe expusiera sus opiniones sobre cuestiones políticas. Tácito en sus Anales nos cuenta como el público se llegó a quejar por la carencia a la hora de abastecer de cereales al pueblo, Suetonio en la Vida de Augusto, describe las quejas de los espectadores por determinadas leyes promulgadas por el emperador, al igual que hubo momentos en los que el público demostró honores al Princeps.
Los espectadores expresaban sus opiniones mediante quejas, gritos, incómodos silencios, silbidos o la agitación de manos y aspavientos. Estas manifestaciones podían tener dos focos de origen: ser espontáneas o bien, ser provocadas deliberadamente por un grupo de personas contratadas para tal efecto. Cuando las protestas surgían por la última cuestión explicada, cualquier cosa que sucediera durante la representación era tomada como pretexto para llevar a cabo estas agitaciones: la entrada al edificio del emperador, la recitación de un verso, un comentario en voz alta, rumores que se extendían entre el público, etc. Fue algo tan común, que en época de Nerón nos encontramos a los llamados Agustianos, grupo de personas dedicadas de forma profesional a aplaudir al emperador.
Por lo tanto, la célebre frase de Juvenal que le da título a la entrada del blog: panem et circenses, interpretada de modo literal es tan solo un tópico. Se hace difícil pensar como en la Roma Imperial, una ciudad que contaba alrededor de un millón de habitantes, existiera un gran número de plebeyos desocupados que vivían del pan donado por el gobierno y cuyo único trabajo fuera asistir como espectadores al teatro.
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