Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás. Génesis 3.19
Este versículo del Génesis nos habla de una práctica centenaria, que da paso a la Cuaresma y a la inminente Semana Santa, el tradicionalmente llamado Miércoles de Ceniza.
Hermandades que se preparan para sus cultos, artesanos que comienzan a realizar de manera apremiante centenares de capirotes, casas que se van llenando de túnicas y capas, ensayos de costaleros que sorprenden a cualquiera que pasee por las calles de Córdoba cuando va cayendo la noche y esa primavera incipiente son algunos de los detalles que van poco a poco anunciando que la Semana Santa se va acercando. Pero ¿desde cuándo se remonta esta tradición?
Ya en la época antigua los judíos, cuando pecaban o se preparaban para una fiesta importante, se cubrían con cenizas y se vestían con un saco de tela muy áspera como símbolo para estrechar su relación con Dios. Con ello, pretendían demostrar el arrepentimiento y la fragilidad de la vida humana, elementos que el cristianismo heredó con algunas modificaciones.
En el mundo cristiano, tenemos que esperarnos al S. IV para encontrarnos un periodo de reflexión, denominado “Cuaresma” que determina el tiempo que antecede a la Semana Santa, cuarenta días que hacen referencia a las jornadas que estuvo Cristo en el desierto o los cuarenta años que estuvieron los judíos vagando por el mismo antes de encontrar la tierra prometida.
Este periodo, es utilizado por los cristianos como preparación para la semana grande en la que destacaban principios como el ayuno, la oración y la penitencia. Finalmente, en plena época medieval, en el S. XI se estableció el miércoles anterior al primer domingo de Cuaresma como inicio de esta, comenzando con el rito de la imposición de la Ceniza.

El ritual consiste en quemar las palmas, del Domingo de Ramos del año anterior, utilizándolas para crear el símbolo de la cruz en la frente del creyente. Se complementa la tradición haciendo ayuno, de tal manera que se prepara en cuerpo y alma para la época litúrgica que entra, la Cuaresma.
En definitiva, es el momento idóneo para prepararse para la Semana Santa, aprovechando las iglesias abiertas, el rezo de las estaciones de Vía Crucis por las calles, los Rosarios de la Aurora o simplemente ese olor a incienso que se va colando por la ciudad. Y como no, este periodo se acompaña con su gastronomía típica siendo el mejor momento para disfrutar de platos tan tradicionales como son las torrijas, los pestiños o ese potaje de bacalao típico de las casas de las abuelas cada viernes de cuaresma, ya que, según la costumbre, los viernes de Cuaresma se realiza abstinencia de carne.
Tiempo de fe y religión, que se une a la alegría del reencuentro con amigos y familiares entorno a una tradición milenaria que perdura generación tras generación.
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