Buenos días, o buenas tardes, o buenas noches, lo que proceda. Mientras escribo esta entrada de blog, estoy escuchando de fondo a la persona de la que voy a hablar, porque para saber sobre la persona de la que voy a hablar, no hay que leer sobre su vida o su obra, sino que hay que prestar atención a lo que dice y, sobre todo, a cómo lo dice. El título de esta entrada habla de juglar, y si buscamos la palabra juglar en el diccionario el juglar era la persona que en la Edad Media iba de unos lugares a otros y recitaba, cantaba o bailaba o hacía juegos ante el pueblo o ante los nobles y los reyes. Rafael Álvarez “El Brujo”, lusentino de nasimiento, se recorre el país de teatro en teatro y hace en el escenario todo lo necesario para el pueblo llano y para el no tan llano si la agenda se lo permite.
Dar datos sobre El Brujo, como fecha de nacimiento, su trayectoria, citar sus trabajos o enumerar sus premios, no tiene sentido ninguno porque eso no dice nada sobre él. Hace veinte años fui a verlo al teatro por primera vez, siendo estudiante de instituto. No sé por qué fui, no sé quién me lo recomendó, ni recuerdo con quién fui, pero salí del teatro encantada. La obra que vi como bautismo fue El contrabajo, adaptación del monólogo teatral de Patrick Süskind, el autor de El perfume. Salí con la sensación de haberme reído muchísimo y me fascinó la simpleza de la puesta en escena con ese señor con bigote, de pelo blanco, ensortijado y alborotado, en el centro del escenario, vestido de frac (cosa que después descubriría que lo acompañaría en el resto de sus representaciones), junto a un contrabajo tan alto o más que él y que a lo largo de la obra no paraba de abrir latas de cerveza que no bebía pero que no sobraban. Y ya. No hacía falta más. No es que rompiera la cuarta pared, es que nunca hubo una cuarta pared porque él estaba en el escenario como podría haber estado en mitad de una plaza, y no había otra manera de entender aquella puesta en escena que dirigirse al público de tú a tú, había venido a contarnos una historia y allí estaba, pendiente de todos nosotros y todos nosotros sin quitarle ojo de encima. Al tiempo, fui a la biblioteca para retirar la obra original de Süskind, y al leerla no encontré la risa que recordaba y aquello me desencantó, como si se hubiera roto el hechizo. No es que yo viera a El Brujo de otra manera, sino que vi que es que la obra no era la misma sin esa persona que me la había acercado. Y desde entonces, ha dado igual qué representara, ahí cuando he tenido la oportunidad, he ido a verlo y si he podido, he llevado a alguien conmigo para iniciarlo en esa experiencia que es verlo en escena.
He sido su público menos veces de las que hubiera querido, y aún me quedan representaciones por ver, porque para colmo, este señor lleva en la cabeza varias obras al mismo tiempo, porque el pasado 1 de noviembre representó aquí Esquilo, nacimiento y muerte de la tragedia, pero en Madrid representa todas las semanas Autobiografía de un yogui, y a otros teatros de provincias llevará Misterios del Quijote si es que procede. Como es paisano, de ahí que le dedique esta entrada, esta última vez que vino a Córdoba en el programa del IMAE sólo ponía “El Brujo”. En este caso este hombre sí es profeta en su tierra y él es el reclamo en sí mismo sin importar lo que traiga. No es relevante si habla de las Mujeres de Shakespeare, de la vida y obra de San Juan de la Cruz o de un clásico latino en el teatro romano de Itálica, porque yo lo que quiero es escuchar lo que me tenga que decir, porque seguro que lo hace interesante, divertido y profundo simplemente porque él lo ha elegido para transmitírnoslo. Según él mismo dice, sus espectáculos son como son porque él dice que el teatro normal lo ve antiguo, y no se ve en los papeles por edad, por carácter, o porque no, y que ha tenido que inventarse su propio teatro. Más allá de definiciones, si pienso en un juglar, a mi mente viene una imagen de una persona con mallas que tiene absolutamente absortas a las personas que se han reunido a su alrededor y que está acercando una historia con la que divierte y que de otra manera, esa gente no sabría o no entendería. Y eso es lo que es Rafael Álvarez “El Brujo”, el juglar al que yo aspiro a ser, porque yo soy guía (al menos de momento) y en eso mismo consiste mi trabajo: en acercar una historia y un lugar a las gentes, y que lo disfruten, y que aprendan, y que se interesen, y que después de eso sigan queriendo más, porque, como dice este señor, “lo interesante de contar una historia es que alguien la escucha”. Y yo a él lo veo encima del escenario como un juglar moderno y elegante con su sempiterna chaqueta de frac, sus pantalones de lino y unas bambas o unas sandalias crocs con las que se recorre el escenario con esos gestos tan suyos declamando o haciendo parodia, y entonces pienso que yo de mayor quiero ser como él, y quiero mi propia chaqueta de frac que me distinga entre los demás, y que la gente se agolpe para escucharme y entonces aprovechar y citarlo a él, porque no es lo mismo decir que “Carlos V no hablaba español” y punto, que decir, como le escuché el pasado día 1, “Carlos V no hablaba español siendo rey de España porque, como todos sabemos, para gobernar aquí nunca ha hecho falta saber idiomas”. Y habló de Carlos V aunque él había venido a hablar de Esquilo, no lo olvidemos. Así que me levanto y aplaudo a todos los aspirantes a juglares que intentar atraer la atención de su público, y vivan las historias… y los cerros de Úbeda… Y, cómo no, ¡que viva El Brujo el maestro juglar!
[magicactionbox id=”11191036″]Guía de turismo y licenciada en Traducción e Interpretación
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