PRELUDIO
Antes de que existiera internet y de que cada día fuera el día de los gatos con lazo o de las croquetas de puchero, en un día como hoy de 1962 se celebró por primera vez el Día Mundial del Teatro, creado por el ITI, el Instituto Internacional del Teatro, actualmente institución asociada de la UNESCO y con quien colabora conjuntamente. De ahí que hoy, 27 de marzo, me apetezca asomarme por aquí a hablar de algo relacionado con el teatro.
ACTO PRIMERO
Teatro, del latín theātrum, y éste del griego théatron, de theâstral, ‘mirar’. A pesar de las acepciones figuradas que usamos a diario, teatro es el “lugar de representación”. ¿Cuántas veces hemos pasado al lado de nuestro gran lugar de representación de la ciudad? ¿Cuántas veces hemos caminado junto al Gran Teatro, en el bulevar, y nos hemos fijado en los cinco medallones con los cinco personajes que representan? Creo que ya lo comenté en alguna entrada pasada, y si no, lo digo ahora, y es que, cuando estamos en la ciudad en la que vivimos, miramos poco hacia arriba, siempre con prisa y concentrados en llegar al siguiente punto sin prestar atención al trayecto. En esa fachada lateral del teatro al bulevar, hay cinco medallones en los que se representa a cinco personajes ligados al mundo escénico. Dichos personajes son: Rossini, compositor de ópera; Ángel de Saavedra, nuestro dramaturgo Duque de Rivas; Lope de Vega, el prolífico “Fénix de los ingenios”; Mozart, su fama le precede; y Lucio Séneca.
ACTO SEGUNDO
Un momento: ¿Séneca? Me pregunté yo al verlo entre los demás. Y es que Séneca, nuestro Séneca, el que nació aquí, aquejado para toda la vida de males respiratorios y cuya dieta llegó a ser vegetariana buscando una solución a sus problemas de salud, y que acabó allí, en Roma, entre la élite del Imperio, además de filósofo y político, su obra comprende diez obras trágicas. Hay quien dice que su estoicismo, su sensatez y su prudencia se quedan un poco aparte en dichas tragedias para poder dejarle hueco en el escenario a las pasiones como protagonistas y así representar la realidad de su época. Por supuesto nuestro autor no partirá de cero sino que el teatro griego será su guía para poder plasmar el mundo que le rodeaba. Alguna de esas tragedias son Hércules furioso, Medea, Las troyanas o Edipo.
Y pasando el tiempo, llegó el Renacimiento y el interés por lo clásico, y allí aparecieron las traducciones de aquel latín de mil quinientos años atrás para poder dar vida a las obras de Séneca, y de Italia saltarán al resto de Europa, y más que las obras en sí, su espíritu, sus ideas, y el teatro moderno europeo del XV, XVI y XVII se verá bajo el influjo senequista, y sí, Shakespeare, el autor más célebre del mundo, tampoco escapará de dicha influencia. Y es que así como Séneca bebió de los griegos, el autor inglés beberá de este clásico romano. Y es que los clásicos se influyen los unos a los otros. Y son todos distintos. Y son todos iguales porque los clásicos nos narran la esencia del ser humano, ya tengan sus obras cincuenta, quinientos o dos mil años. Y nuestro clásico en concreto, nuestro cordobés milenario, como vemos, no sólo influyó en la política y el pensar de su época sino en el panorama escénico muchos siglos después. Y hoy, dos milenios más tarde, sigue sin pasar de moda.
ACTO TERCERO
Así que sí, Séneca tiene bien ganado su hueco siendo el medallón central de la fachada del Gran Teatro. Pero no querría terminar esta entrada sin contar la muerte de nuestro protagonista. Cumplidos ya los sesenta, parece ser que Nerón intentó envenenarlo, pero gracias a la estricta dieta que seguía y al control que ejercía Séneca sobre ella, no fue posible. Sin embargo, no mucho después, Nerón lo condenará, ahora ya sí oficialmente, a muerte. Ya fuera dicha condena a muerte por suicidio o no, el caso es que Séneca decidió suicidarse cortándose las venas. Se hizo cortes en los brazos y en las piernas, pero su sangre no manaba lo suficiente para darle final. Lo intentó seguidamente con cicuta y, a pesar de ello, su cuerpo seguía resistiendo. Como tercera vía ordenó que le prepararan un baño caliente y ahora sí, en el agua, nuestro autor falleció (¿elegiría ese medio para que su asma adelantara el proceso gracias al vapor?). Así que, teniendo en cuenta su vida, su muerte y su legado, si tuviera que titular la obra de su existencia, sin duda alguna, aun sonando algo pretencioso, pero no por ello menos cierto, mi elección sería Séneca: clásico inmortal.
“No gozo en aprender algo sino para enseñarlo a los demás”
Carta VI de Séneca a su amigo Lucilio
TELÓN
Guía de turismo y licenciada en Traducción e Interpretación
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