Desde la Antigüedad, una de las características que debía cumplir una ciudad era la cercanía a una (o varias) fuente de agua constante que garantizara el suministro abundante y de calidad para el desarrollo de las urbes.
La Córdoba romana fue un clarísimo ejemplo de ciudad perfectamente dotada de agua. Hasta tres acueductos trajeron el agua de la sierra hasta la ciudad, permitiendo así abastecer la nutrida red de fuentes, los edificios de espectáculos, las termas y las viviendas.
La construcción de la ciudad palatina de Medina Azahara supuso un auténtico reto arquitectónico y de ingeniería, pues había que dotarla de todas las infraestructuras propias de un recinto de tamaña categoría. Así, la cercanía del acueducto romano más antiguo, el Aqua Augusta o Aqua Vetus jugó un papel importantísimo en la elección del lugar. La conducción original tenía un recorrido de poco más de 18 kilómetros y captaba el agua del Arroyo Bejarano y alrededores. Estaba realizado en hormigón romano (opus caementicium) e impermeabilizado interiormente con un revestimiento conocido como opus signinum.
Cuando se levantó Medina Azahara, el citado acueducto estaba parcialmente inservible, por lo que hubo que hacer una reforma importante, así como derivar parte del trazado del mismo. De este modo, para que retomara el caudal original hubo que añadirle nuevas fuentes, como los Veneros de Vallehermoso. Ya cerca de la muralla norte de Medina, el canal romano fue interceptado y se construyó una canalización de nueva planta y de factura islámica. Muy importante fue la reconstrucción del puente que salvaba el arroyo de Valdepuentes, rehaciéndose la obra con tres arcos de herradura de nueva construcción. Al igual que ocurría en el resto de ciudades, fuera del recinto amurallado, debía de existir un elemento de regulación y distribución de aguas hacia la ciudad (en el mundo romano se conoce como castellum aquae) que aún no ha sido localizado arqueológicamente.
Al igual que el resto de la ciudad palatina, la infraestructura hidráulica fue hecha específicamente para el recinto, por lo que tiene la factura propia de cualquier otra construcción de carácter oficial llevada a cabo por los líderes omeyas. Una vez superada la muralla, el acueducto desembocaba en una alcubilla (arqueta de distribución) y desde allí, con una pendiente superior al 20%, se iba distribuyendo por las distintas zonas del alcázar. Las canalizaciones eran de planta cuadrada, de piedra calcarenita, revestidas al interior por un mortero hidráulico pintado a la almagra.
A día de hoy, conocemos unos 1.700 metros lineales de canales que recorren el subsuelo de Medina Azahara organizados a través de dos grandes redes: una de aguas limpias y otra línea de aguas sucias procedentes, principalmente de las letrinas del Alcázar. Tan abundante era el agua que llegaba gracias al viejo acueducto, que las aguas de lluvia acumuladas bajo los patios no se utilizaban para el consumo, sino que se derivaban directamente a las líneas de las letrinas. No debe extrañarnos ésto si tenemos en cuenta que el Aqua Augusta aportaba a la Córdoba romana entre 20.000 y 35.000 metros cúbicos de agua al día.
Albercas, fuentes, surtidores, baños, letrinas, exóticos jardines… Todo fue posible gracias a una cuidada y estudiada gestión del agua por parte de los pensadores de la corte más avanzada de su época, la corte de Abd al Rahman III, el califa omeya de al Andalus.
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