Tanto en otras entradas de nuestro blog, como todos los días cuando intentamos transmitir nuestro pasado a nuestros visitantes, antes o después hacemos referencia a que en la Córdoba del siglo X, en aquella gloriosa capital del estado califal, el poder se hacía patente a través de su arquitectura, del esplendor de sus edificios más significativos, de la decoración, de la riqueza de los materiales, de la maestría en diversas artes, y esa exquisitez y refinamiento se respiraba en la corte. No nos engañemos, se presumía y se hacía ostentación con todos los medios que se tenían al alcance para demostrar nuestro estatus y poderío. Así se ha hecho siempre en todas las culturas, y las sociedades poderosas, imperios, reinos o estados, no se han sonrojado nunca a la hora de demostrar que estaban por encima de los demás. Hablemos en plata: a eso, señores míos, se le llama alardear.
Como en muchos aspectos en la vida, no alardea el que quiere, sino el que puede, y los Omeyas podían y mucho. Esos alardes de superioridad tomaban múltiples formas, como la cerámica verde y manganeso que, como elemento propagandístico, se extenderá por todo el territorio andalusí, los tableros de mármol tallado con el árbol de la vida de la decoración parietal del Salón Rico, o las cajitas de marfil labrado que eran parte de los regalos con los que se agasajaba a las embajadas. Y ya que hablamos de producciones concretas, me tomaré la libertad de citar un espacio por el que siento cierta debilidad y donde se manifiesta, de manera más evidente por contraste, esta representación del poder: el lucernario de Alhakén II en la mezquita de Córdoba. Ese espacio en el que las dobles arcadas de medio punto y de herradura dejan paso a los arcos polilobulados, de planteamiento enmarañado, sosteniendo una cúpula innovadora y dadora de luz en un lugar tan falto de iluminación natural como era la aljama cordobesa, fue la manera particular de Alhakén II de marcar el acceso a, no una ampliación cualquiera, sino a la ampliación de un califa. Y así, una vez más, la arquitectura se ponía al servicio del poderoso y su autoridad se hizo piedra y luz.
Pero no todos aquellos alardes eran materiales y tangibles. Otros eran espectáculo puro. Nos referimos a los alardes militares. Una vez más el origen de las palabras nos da la clave del asunto: alarde deriva del árabe hispánico al ‘árd y este del árabe clásico ‘ard, ‘revista de tropas’. De aquellos desfiles en los que se pasaba revista y se hacía gala de la superioridad bélica, lo único que llega a nuestros días son algunos de los escenarios en los que tuvieron lugar, hoy ya vacíos, como la gran plaza de armas delante del Gran Pórtico Oriental de Medina Azahara o el puente de los Nogales, cuyo ancho da a entender funciones protocolarias y ceremoniales. Por suerte, aunque los espacios no puedan decirnos más, han llegado hasta nosotros algunas crónicas en las que se detallan aquellos alardes triunfales fundamentales para la demostración de la fuerza del estado. Para que nos hagamos una idea, dichos alardes no se dejan al azar, serán fruto de una cuidada puesta en escena y hasta existirá la figura del sāhib al-‘ard, el encargado de alardes (figura ya existente incluso antes de la fundación del califato). En el año 934 se realizará uno de los alardes más célebres, acudiendo gentes de todos los rincones con motivo de la campaña de Osma, dirigida por Abderramán III en persona, que a su vez se hizo acompañar por su heredero, Alhakén. Dicho despliegue provocará gran admiración en Córdoba, por el gran número de soldados, la formación de escuadrones, la cantidad de armamento y la variedad de estandartes y banderas. Se describirá igualmente el porte lujoso e imponente del califa a lomos de uno de sus mejores caballos y ciñendo espada. Huelga decir que dicho alarde fue el preludio de una campaña que resultó ser todo un éxito para desgracia de los cristianos.
Y si una campaña se merece un gran desfile, los invitados de honor no serán menos y más aún si llegaban tras un gran éxito. En el mes de septiembre del año 971, siendo ya califa Alhakén II, se organizará un gran alburuz desde Córdoba hasta Medina Azahara con motivo de la llegada desde el Magreb de los hijos de Ibn al-Andalusī y de los Banu Jazar tras aliarse con Alhakén contra los fatimíes de la zona. La cabeza de Zīrī Ibn Manād, enemigo de Ibn al-Andalusī, clavada en una pica, abría el cortejo seguida de las cabezas de cien de sus hombres, todas portadas por los jurs (los mudos). Cabezas e invitados avanzarán en su camino flanqueados por funcionarios, porteros, caballerizos, jinetes enlorigados, escuadrones de caballería venidos de las distintas coras, arqueros, hombres libres, negros esclavos, operarios de las manufacturas engalanados, sirvientes, eunucos, y sin faltar cotas de malla, escudos, cascos, destellos dorados, plata, espadas de pedrería y lanzas, y hasta dieciséis mil infantes de los arrabales ataviados para la ocasión completaban la parada. ¿Acaso esas son formas de recibir a alguien? Por supuesto que no, no son formas: son alardes.[magicactionbox id=”11191036″]
Guía de turismo y licenciada en Traducción e Interpretación
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