El gobierno de Augusto llevó a cabo una gran reforma administrativa a lo largo y ancho de todo el Mediterráneo con la intención de mejorar la gestión política, social y económica del enorme imperio que estaba bajo su mando. Hispania se dividió en tres provincias al frente de las cuales se pusieron tres ciudades. Al mando de la Tarraconensis, Tarraco (Tarragona); de la Lusitania, Augusta Emerita (Mérida); y de la Baetica, Colonia Patricia (Córdoba). La función de estas urbes era la de convertirse en la cabeza visible de la romanidad; ser el reflejo de Roma en las provincias. No sólo eran centros políticos o administrativos en los que residían miles de personas, eran la clave del proceso de romanización. No era necesario viajar hasta Italia; cualquiera de las capitales del extenso Imperio era una reproducción de la mismísima Roma.
Como grandes capitales, las tres ciudades hispanas contaron con importantes complejos arquitectónicos públicos desde los cuales se organizaba la vida política. Todas tenían dos foros diferentes: el colonial, que servía para tratar los asuntos de la ciudad y el provincial que daba servicio a los temas de la provincia. Los foros ciudadanos solían estar presididos por templos dedicados a la Tríada Capitolina, las principales deidades del mundo pagano (Júpiter, Juno y Minerva). El gran templo en honor al culto al emperador tutelaba los asuntos de la provincia. Contamos con ejemplos de estas instalaciones en las tres ciudades. Para el caso cordobés, uno estaría, probablemente, bajo la actual iglesia de San Miguel y el otro lo podemos ver en la calle Claudio Marcelo.
La presencia de edificios de espectáculos era algo muy habitual en las principales ciudades romanas. En las capitales, solían estar sobredimensionados ya que estaban pensados para acoger, durante las representaciones, no sólo a la población de la ciudad, sino a la que llegaba de todos los rincones de la provincia. Los espectáculos eran gratuitos, subvencionados por las autoridades o por ricos ciudadanos. Mientras que los teatros de Mérida y Tarragona tuvieron capacidad para unos 6.000 espectadores, el de Córdoba, localizado bajo el Museo Arqueológico, podía acoger hasta 15.000 personas. Las carreras de caballos que se hacían en los circos de las capitales lusitana y tarraconense, se corrían ante unas 25.000 o 30.000 personas. Aunque el cordobés no ha sido excavado en su totalidad, las evidencias arqueológicas llevan a pensar que sería de menores dimensiones y que tendría una capacidad pareja al teatro. Sin lugar a dudas, la actividad lúdica más destacada eran las luchas de gladiadores en el anfiteatro. De nuevo, el edificio cordobés destaca sobre los demás, con una capacidad para unos 50.000 espectadores, siendo, en su momento, el de mayor tamaño del Imperio. Los de Mérida y Tarragona rondaban los 15.000.
La imagen urbana debía ser, como estamos viendo, muy parecida. Enormes calles porticadas, bajo las que corría un complejo y efectivo sistema de canalizaciones que permitía que las principales casas de la ciudad tuvieran agua corriente. Alcantarillado, fuentes y termas son un ejemplo claro de la extraordinaria gestión del agua en las ciudades romanas.
Como estamos comprobando, en Tarragona, Mérida y Córdoba existía un altísimo nivel de vida que permitía a ciudadanos y visitantes gozar de los placeres de cualquier romano. Los vestigios de hace 2000 años aún son visibles en muchos rincones de nuestra ciudad. Puede que ya no vistamos con toga y sandalias, pero con un paseo nos podemos transportar a la gran capital de la Bética del siglo I.
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Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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