Desde hace unas semanas estamos haciendo un recorrido por los nombres propios de la arqueología cordobesa. Ya han aparecido algunos destacados, como Santos Gener o Romero de Torres, pero si hay un hombre que está siempre en la memoria de los arqueólogos cordobeses, es el de don Félix Hernández.
De nuevo, es un hombre venido de lejos quien vio el potencial de nuestra muy amada Córdoba, se enamoró de ella y se quedó hasta el fin de sus días. Don Félix nació en Barcelona en 1889, donde se licenció en Arquitectura. Desde que llegó a Córdoba en la década de los veinte desarrolló su carrera como arquitecto y, más tarde, como urbanista, arqueólogo, conservador y restaurador.
Algunas de sus creaciones arquitectónicas siguen siendo edificios destacados en el panorama urbano cordobés. Así, podríamos destacar la casa “Hoces Losada”, en la calle Concepción, en 1925 y la alabadísima “casa Colomera” de la plaza de las Tendillas, en 1928, recientemente adquirida para su adaptación como hotel. Estéticamente se pueden atribuir al movimiento regionalista neobarroco, tan en boga en esa época.
Como miembro destacado de la comunidad intelectual de la época, redactó un proyecto de ensanche urbanístico de la ciudad que nunca llegó a cuajar. Sin embargo, sí fue el responsable de la apertura de la plaza de las Tendillas (entre 1925 y 1927), así como el desarrollo de las calles adyacentes.
A mediados del siglo pasado participó en algunas de las más importantes intervenciones arqueológicas de la ciudad. Así, a él le debemos la reconstrucción del templo romano de la calle Claudio Marcelo y la restauración de las murallas de la avenida de Conde Vallellano. También trabajó en los baños califales, los baños de la calle Céspedes, el alminar de San Juan o la noria de la Albolafia.
Sus trabajos en la Mezquita-Catedral de Córdoba fueron de gran importancia. Especialmente destacadas fueron sus intervenciones en las cubiertas, los planos en los que se muestran los hallazgos del complejo episcopal de San Vicente o los estudios sobre el alminar de Abd al Rahman III. Sobre este último tema publicó una monografía que, a día de hoy, sigue siendo referencia para muchos investigadores.
Pero, sin lugar a dudas, sus trabajos más intensos fueron en la ciudad palatina de Medina Azahara. Tras la muerte de Velázquez Bosco, en 1923, formó parte de la comisión rectora que continuó los trabajos. A él le debemos el plano topográfico donde se dibujan con exactitud restos emergentes y alteraciones de relieve. En el marco de estos trabajos, destaca el inicio de la reconstrucción del Salón Rico, obra acabada por el equipo de Manzano en la década de los ’80.
Muchos de sus trabajos quedaron sin publicar y, a su muerte, cuadernos, notas, planos etc… fueron donados al Museo Arqueológico. Así, con la finalidad de dar a conocer sus investigaciones, se ha desarrollado un proyecto, liderado por miembros del área de Arqueología de la Universidad, que sacarán a la luz la obra perdida del gran Félix Hernández.
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Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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