El Conjunto Monumental Mezquita-Catedral es un edificio de contrastes; la mezcla de arquitecturas lo hace un lugar único en el mundo. Cuando estás paseando por la ampliación de al Hakam II, tras quedarte sin palabras al ver el suntuoso mihrab, encuentras una gran puerta de madera con decoración en mármoles de colores que nos da acceso a una de las capillas más monumentales del edificio: la capilla de Santa Teresa o del Cardenal. Allí, a finales del siglo XVII, fray Pedro de Salazar y Toledo, obispo de la ciudad proyectó su lugar de descanso eterno y contó para ello con los mejores artistas del momento. Francisco Hurtado, Maestro del Obras de la Catedral fue el encargado del proyecto arquitectónico; José de Mora, de la escuela granadina, fue el escultor que hizo las tallas de madera; Pompeyo y Palomino, los autores de los lienzos. Los mejores de la época para una capilla especial y única.
En 1896 el magistral González Francés concibió la idea de un museo para exponer las principales piezas que se han ido acumulando a lo largo de la Historia de la Iglesia cordobesa. Tras varios estudios se decidió ocupar la gran capilla del Cardenal y las dos salas aledañas que van a salir a la ampliación de Almanzor. Para seleccionar las piezas hubo que estudiar los inventarios que se habían ido haciendo a lo largo de los siglos. El más antiguo de ellos era del año 1294 en el que se hacía referencia a 33 objetos de culto sin contar con las joyas donadas por las familias para costear los funerales. En ese inventario ya aparecía la cruz procesional decorada con cristal de roca y plata que hoy podemos ver en la primera sala tras salir de la capilla de Santa Teresa. Tras los procesos de desamortización y la desaparición de las capellanías, los objetos de todas y cada una de las capillas pasaron al Tesoro catedralicio. A día de hoy hay 474 piezas.
Sin lugar a dudas, la joya de la corona es la Custodia Procesional del Corpus, obra de Enrique de Arfe entre 1514 y 1518. Hecha con plata, plata dorada y oro, aún procesiona a día de hoy durante la festividad del Corpus (su primera salida tuvo lugar el 1 de junio de 1518). El trabajo de las cresterías y los nichos inferiores con escenas de la vida del Señor, hacen de esta pieza una de las obras maestras del insigne platero de origen alemán.
Es muy difícil hacer una selección de las piezas más destacadas del Tesoro ya que la variedad y la calidad de las mismas es asombrosa. Cruces procesionales, cálices, custodias, relicarios, acetres, portapaces, imágenes devocionales, jarras, patenas… Plata y oro son los materiales más comunes, sin menospreciar algunos más humildes como el broce o el granito. Piezas muy antiguas, como la cruz del obispo Fitero o muy recientes como las creaciones de Aurelio Teno. Personalmente, mi favorita es el Crucificado de marfil, una obra anónima de mediados del siglo XVII hecha por un artista de la escuela granadina. Está fabricada con el colmillo de un elefante y el trabajo del material es excepcional. Sólo hay que acercarse para observar el detalle con el que están trabajadas las venas de las manos, la musculatura de las piernas, el pecho o el cuello o el pelo y la barba. Sin embargo, lo que me deja sin palabras cada vez que paso por allí es la cuerda que sujeta el paño de pureza. Desde lejos, parece una cuerda de verdad, pero cuando te acercas es el mismo marfil trabajado de una forma extraordinaria. Sin lugar a dudas una de las piezas de más calidad de las que albergan estas salas.
Así que no lo duden, cuando visiten el Conjunto Monumental Mezquita-Catedral deténganse unos minutos a descubrir el gran patrimonio mueble del Tesoro Catedralicio de Córdoba.
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Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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