La UNESCO define el patrimonio como “el legado que recibimos del pasado, que vivimos en el presente y que transmitiremos a las generaciones futuras”, y dicha definición sirve para cualquier tipología patrimonial, ya sea natural, cultural o inmaterial. En mi humilde opinión, una de las claves para preservar nuestro patrimonio está en, no sólo protegerlo, conservarlo y difundirlo, sino en saber transmitirlo. No sirven de nada los museos, las visitas guiadas, las puestas en valor ni cualquier actividad relacionada si al final el visitante acaba su experiencia sin haber tomado conciencia de lo que acaba de presenciar.
En las últimas semanas hemos hecho mención en varias entradas de este blog al patrimonio natural de Córdoba e incluso se ha hecho referencia al Real Jardín Botánico. Al ser Córdoba un destino turístico eminentemente cultural-monumental, habitualmente la parte natural queda obviada y desconocida. Sin embargo, deberíamos prestarle infinitamente más atención de la debida porque es donde vivimos, es nuestro escenario y si llega el día en que lo destruyamos, de poco servirá llorar.
Durante mi formación como guía realicé las prácticas en el Real Jardín Botánico y tuve la suerte de conocer a Elena Moreno, responsable de mis prácticas. Cuando uno es un cateto de ciudad como yo, visitar un jardín botánico quizá resulte algo aburrido o poco sugerente, ya sea por el poco dinamismo del lugar por definición o por falta de conocimientos naturales. Sin embargo, Elena era una mujer dinámica y sobre todo entusiasta con su trabajo y preocupada por cómo hacer más atractivo aquel lugar y hacer que la gente se acercara a él. Era cautivador oírla hablar de la utilidad del jardín, del valor del banco de germoplasma, de cómo es vital evitar la extinción de las especies y la conservación de semillas que el día de mañana puedan repoblar una zona devastada, o escucharla hablar de cómo nuestro jardín botánico es el museo más internacional que tenemos con especies originarias de todas las partes del mundo. La escuchabas y sólo podías pensar en cómo era posible que la gente no supiera todo lo que ella contaba y cómo su voz no llegaba más lejos.
Capitel corintio y acanto (fuentes respectivas glosarioarquitectonico.com y guidejardineria.com)
Y como suele pasar, al final sus ideas llegaron lejos pero ella no lo pudo ver. En 2012 se llevó a cabo una iniciativa suya que acabaron llamando el Jardín de Elena en su honor. Lo que su mente ideó fue una manera de conectar el arte y la quietud de los museos con la vida estática del jardín botánico. ¿Quién no ha oído decir alguna vez que que el orden corintio de los capiteles clásicos se caracteriza por la representación de hojas de acanto? ¿Y si relacionáramos un capitel de dos mil años con un acanto vivito y haciendo la fotosíntesis para que todo sea visualmente más claro y unamos conceptos? ¿Y si combinamos arte y botánica? Aquella iniciativa se desarrolló durante un tiempo en los museos de Bellas Artes, el Arqueológico y el de Medina Azahara, donde nos podíamos encontrar cartelas junto a algunas piezas con decoración vegetal con la imagen real de dicha planta en el jardín botánico. Del mismo modo, en el jardín botánico podíamos encontrar junto a plantas que allí se encuentran, imágenes de obras o piezas que contienen o en las que se representan dichas plantas. A día de hoy, sólo resiste una cartela junto a la cajita de Walada en el museo de Medina Azahara.
Actualmente dicha iniciativa relaciona nuestro Real Jardín Botánico y el Jardín Histórico de la Concepción de Málaga con el Museo Carmen Thyssen de dicha ciudad.
Aprovecho esta oportunidad para brindarle mi más sincero agradecimiento a Elena por haber sabido transmitir, así en general, de manera tan apasionada y haber querido meter un jardín en un museo y sacar al museo hasta el jardín.
[magicactionbox id=”11191036″]Guía de turismo y licenciada en Traducción e Interpretación
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