Llega la primavera y con ella las buenas temperaturas, el sol, las flores… Es tiempo de esperanza, alegría y felicidad. Si nos da por mirar el calendario, el mes de marzo, coincidiendo con el equinoccio, está cargado de festividades. Nos encontramos ante una fiesta cuyos orígenes se remontan a tiempos inmemoriales y que cuenta con un sinfín de manifestaciones.
En estas fechas se celebraba la fertilidad de la tierra: tras el duro y oscuro invierno, la naturaleza se renueva gracias a la lluvia y a los rayos de sol, que hacen que de la tierra vuelva a brotar vida. De igual forma, día y noche tenían la misma duración. El hecho de encontrarnos ante una celebración de carácter agrario, ya nos marca la pauta de la antigüedad de la misma, que debe remontarse a la Prehistoria.
Una de las celebraciones más antiguas conocidas, con casi 5000 años, es la egipcia “Sham el Nessim”. En las orillas del Nilo se festejaba el inicio de la temporada de la cosecha con una serie de jornadas de bailes, comidas y cánticos.
En Córdoba hay evidencias del culto a Cibeles y Atis para que sus cosechas prosperaran.
Por otra parte, en la Grecia clásica, el inicio de la primavera se convertía en el mito de Perséfone. Tras ser raptada por Hades y confinada al Inframundo, Deméter, su madre y diosa de las cosechas, paralizó toda la vida vegetal en la Tierra. No sería hasta el regreso de su querida hija al Olimpo cuando Deméter, llena de felicidad, vuelve a permitir el nacimiento de las flores y de los productos de la tierra.
Los romanos contaban con varias fechas para celebrar los mitos vinculados al final del invierno y el arranque de la primavera. El 14 de marzo, durante la “Mamuralia”, un hombre cubierto de pieles, que representaba al “Demonio del Invierno”, era azotado hasta ser expulsado de la ciudad. Esto simbolizaba el final de la estación fría y el renacer de la vegetación. Desde el 22 hasta el 27 se celebraban las fiestas en honor a Cibeles y a su amante Atis. Según la mitología, este hombre-dios murió y resucitó al igual que cuando las semillas caen en la tierra “mueren” y “resucitan” al dar los frutos. Durante estas jornadas se sucedían momentos de devoción y “dolor” ante el fallecimiento de Atis y estallidos de júbilo por su resurrección.
Hay que entender que según las mentalidades de la época, la buena realización de toda esta serie de mitos en honor a las divinidades que protegían y favorecían los campos suponía el éxito o el fracaso de la cosechas. La prosperidad de las ciudades dependía en buena parte de esto. Todas las urbes contaban con templos o santuarios en su honor.
En nuestra ciudad, capital de la Bética, hay claras evidencias del culto a Cibeles y a Atis. Por un lado, hay hallazgos que llevan a pensar que en el entorno de las calles Málaga y Sevilla existiría un templo en honor de estas divinidades. Por otro lado, en el Museo Arqueológico se conservan algunos altares en los que se hacían sacrificios a Atis. Está claro que los cordobeses de hace 2.000 años tenían mucho interés en que sus cosechas prosperaran. Quizás los rezos y los rituales dieron su fruto (nunca mejor dicho) ya que Colonia Patricia fue una de las ciudades más prósperas del antiguo Imperio romano.
Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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