Un edificio con casi 1300 años de historia, como es la Mezquita Catedral, tiene detrás innumerables historias, leyendas y curiosidades históricas. Recordamos hoy una de ellas: el pulso que mantuvieron el cabildo Catedralicio y el Concejo de la ciudad ante la construcción del cuerpo principal de la Catedral. Y es que la Concejo no quería que se construyera.
Durante los primeros años, la mezquita se usó como catedral sin apenas modificación. No será hasta el siglo XV, con la construcción de la nave gótica, o catedral primitiva cuando se realicen las primeras obras de cierta entidad. No obstante, esta nave no supuso un grave daño en la mezquita, ya que el espacio afectado no era demasiado grande.
Sin embargo, esta solución no fue suficiente. Si bien muy probablemente para este momento el aspecto de la antigua mezquita debía ser mucho más cristiano, con sus famosos arcos rojos y blancos enlucidos y acaso decorados con pinturas murales, el espacio para celebrar la Eucaristía era pequeño en comparación con el resto. Por ello, el obispo Alonso Manrique decide poner un marcha la construcción de un nuevo cuerpo para la Catedral, que se situará en el centro de la antigua Mezquita. Esto suponía “limpiar” todo ese espacio para dejar sitio a la nueva obra renacentista. Y aquí es donde surgen el conflicto.
El proyecto completaba una zona de transición, de modo que parte de los arcos y columnas se colocaran en su lugar, en los laterales de la nave mayor. Aún así, el concejo de la ciudad, presidido por Luis de la Cerda se opuso, en atención al perjuicio que estas obras podían causar en el edificio, por ende, a su Majestad el rey. No debían por tanto, llevarse a cabo sin su consentimiento, y así, cuando las obras dieron comienzo en 1523, se publicó un mandamiento municipal prohibiendo, bajo pena de muerte, que los albañiles, canterios y demás artesanos acudieran a las obras. La respuesta del Obispo no se hizo esperar, y la pena en este caso era de excomunión para aquellos que no acudieran al trabajo.
Esto demuestra lo enconado de las posturas de ambos, lo que conllevó la imposibilidad de negociaciones para solucionar el conflicto. Así pues, acudieron al rey, Carlos I para que resolviera a favor de uno u otro. Y lo hizo: las obras de la “nueva catedral” prosiguieron con el beneplácito del rey.
Ahí pudo quedar la cosa, pero no fue así: Carlos I, durante su viaje por los reinos del sur pasó por Córdoba y al contemplar la catedral, aún inconclusa, dejó para la historia aquella frase famosa: “habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes”. Y pese a que la frase ensalzaba la Mezquita, posiblemente no fue sino una gran muestra de diplomacia, pues con ella no hizo sino dar la razón al Concejo, y dejar a ambos bandos contentos.
Historiadora del arte e Intérprete del Patrimonio
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