En el año 929, el emir Abderramán III se auto proclamaba califa. Al-Andalus, convertido en califato, entraba a formar parte de las grandes potencias existentes en el siglo X. Poco a poco, el poder de al-Andalus se igualaba con el imperio bizantino de la dinastía macedónica, con el imperio germano heredero de Carlomagno, y la Francia de los Carolingios. Córdoba, como capital del nuevo califato, vio renacer su economía con la llegada de numerosas caravanas de comerciantes que deseaban conocer la gran capital de al-Andalus; comparable únicamente con Bagdad, la capital abbasí en Oriente medio.El comercio exterior fue pieza fundamental en la economía cordobesa y por ende la andalusí, aunque no deben descartarse los productos propios donde destacan los grandes naranjales del sur entre Córdoba, Sevilla y las vegas de Elvira (recordemos que Granada no existe como capital del territorio), donde también se cultivaba la caña de azúcar y había canteras de mármol y minas de cobre, hierro, plata y oro. En Almería se producía una seda de excelente calidad, en Málaga el mejor lino del mundo, en Valencia el mejor y más caro azafrán de todo el comercio mundial, y en Zaragoza, la mayor mina de sal gema de todo al-Andalus.
Después de casi dos siglos en que ningún omeya había acuñado dinares de oro, Abderramán III volvió a emitir estas preciadas piezas que, dado su excesivo valor, se reservaron para grandes pagos comerciales o como regalos a embajadas. La abundancia de dinero supuso una etapa de opulencia y prosperidad en al-Andalus; reflejada a su vez en Córdoba como centro de poder de este vasto territorio. El poder político de al-Andalus, también disponía de un mecanismo regulador de la economía que fue usado en muchas ocasiones para paliar las hambrunas y garantizar las economías regionales. Los alfolíes, enormes graneros repartidos por la geografía andalusí, protegidos por torres fortificadas, que garantizaban el abastecimiento a la población en caso de malas cosechas, o para poder sembrar grano el año siguiente. Sobre este particular, cabe señalar la sequía que asoló Córdoba entre el 935-936 y que, según las fuentes, “…la gente disfrutó de buena situación y los precios no subieron, ya que se traían provisiones de todas partes y la prosperidad era general, sin que hubiera miseria,…”.
Todo esto, sin olvidar que durante todo este periodo se siguió manteniendo la regulación de impuestos obligatorios, tales como los sadaqa de los musulmanes o la yizya de judíos y cristianos, que significaba el acatamiento político-religioso formal como miembro de la sociedad andalusí.
Las líneas de actuación marcadas por Abderramán III, fueron seguidas por su hijo Al-Hakam II y más tarde continuadas por Almanzor, primer ministro de Hixem II. Con Almanzor se emplearon grandes sumas de dinero en costosas inversiones para mejorar la calidad de la ciudad y obtener un respaldo de popularidad. Córdoba se acerca al año 1000 con una nueva ampliación de la mezquita aljama recién construida. Es la época en que se construyen grandes arrabales alrededor de Córdoba; principalmente en la zona occidental, entre la ciudad y el nuevo palacio de Medina Azahara, dotando de viviendas suficientes para el casi millón de habitantes que llegó a tener la capital según las fuentes de la época. En la Córdoba del año 1000, la clase adinerada no fue exclusivamente la dominante ligada a la administración califal, sino que grandes mercaderes y artesanos acomodados formaron una oligarquía urbana ajena al poder que reflejaba la riqueza del momento.
La Córdoba del año 1000 sería, casi con toda seguridad, la ciudad en que nos hubiera gustado vivir, de haberlo hecho en aquella época.[magicactionbox id=”11191036″]
Historiador, Arqueólogo e Intérprete del Patrimonio
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