Desde la Antigüedad, la Humanidad ha reverenciado al Sol como una divinidad. Hemos de tener en cuenta que el Sol es fuente de vida y sus rayos permiten que las cosechas prosperen y la naturaleza siga su curso. De este modo, su ciclo ha sido observado con detenimiento en todos los rincones del mundo; cualquier alteración o cambio influía en el día a día de las civilizaciones. Para bien o para mal, la vida del ser humano ha dependido del Sol. Esta es la razón por la que se lo ha vinculado siempre con un Dios y, en consecuencia, se le han desarrollado cultos de muy diverso tipo.
El solsticio de verano suponía una celebración de especial importancia ya que un acontecimiento astronómico sucedía cada año entre los días 21 y 24 de junio: antes de alcanzar su cénit, durante tres días, el sol nace por el horizonte desde el mismo punto (no varía su posición) hasta alcanzar su punto más alto el día 24 (ésto hacía pensar en muchas culturas que el sol “había muerto” y que resurgía al tercer día). El día más largo y, sobre todo, la noche más corta del año se convertían en una fiesta que marcaba un cambio, una catarsis.
Para los fenicios, Baal era el nombre de la divinidad que se asimilaba con el sol. Así, al igual que éste, Baal a finales de junio, moría y resucitaba al tercer día para regocijo de su pueblo. Esta es la razón por la que muchos de los templos elevados en su honor se orientaban hacia el nacimiento del sol el día 24 de junio. En la actualidad conocemos dos santuarios, en la cercana provincia de Sevilla que muestran claramente como los fenicios orientaban estos edificios religiosos de tal manera: el famoso e interesantísimo santuario de El Carambolo y el excavado en la antigua ciudad de Caura (Coria del Río).
Los romanos también adaptaron a su calendario festivo el cambio de estación y celebraban el solsticio de verano el 23 de junio. Para ellos, era un día dedicado a la fecundidad (fecha del matrimonio entre Júpiter y Juno), al fuego y a las aguas. Durante esta jornada, la gente paseaba en barcas adornadas con flores por los ríos y costas. Y al llegar la noche, la tradición era mantenerse en vela, por lo que encendían hogueras que simbolizaban que el Sol aún vivía. La costumbre era saltar dichas hogueras tres o siete veces. Tras pasar toda la noche despiertos, el día 24 se dedicaba a Jano, señor de los solsticios ya que sus rostros opuestos marcaban la transformación y la mirada hacia el futuro y el pasado.
Curiosamente, la tradición de las hogueras durante la noche más corta del año aparece, desde tiempos inmemoriales, en las culturas nórdicas. Allí, a esta festividad se la conocía como Litha e, igualmente, se vinculaba con la fertilidad.
La fiesta cristiana de San Juan se celebra en honor de San Juan Bautista ya que, según los evangelios, el Precursor, nació seis meses antes que Jesús. No obstante, hemos de tener en cuenta el proceso de cristianización del calendario pagano del que ya hemos hablado en otras ocasiones: la conversión de festividades paganas muy arraigadas en el mundo clásico en cristianas.
Sea como fuere, la noche de San Juan y el solsticio de verano marcan un cambio en nuestras vidas año tras año. Es el inicio simbólico de las vacaciones: el momento de disfrutar con nuestros familiares y amigos de unos merecidos días de descanso y desconexión. Y no hay mejor lugar para cambiar de aires y disfrutar del Patrimonio que Córdoba, una ciudad que te recibe con los brazos abiertos.
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Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
Me gustaría saber si conoces algún monumento o edificación en Córdoba cuya orientación sea esa que comentas en Coria del Rio