La documentación escrita y arqueológica ha puesto de relieve que los cristianos se enterraron, siempre, al amparo de suelo sagrado, ya fuera al interior de los templos o en cementerios creados junto a los muros de las iglesias. La magna obra jurídica “Las Partidas”, del rey Alfonso X “El Sabio” cuenta con varios apartados a tal efecto. Así, establecen cuánto deben medir los cementerios de catedrales o conventos (40 pasos de lado) y de las parroquias (30 pasos de lado). No obstante, lo más interesante es cómo consigna quién tiene derecho a ser enterrado en el interior de las iglesias:
…los Reyes, e a las Reynas, e a sus fijos,
e a los Obispos, e a los Priores, e a los Maestros,
e a los Comendadores, que son Perlados de las Ordenes,
e de las Eglesias Conuentuales, e a los Ricosomes,
e a los omes honrrados que fiziessen
Eglesias de nueuo, o Monesterios, escogiessen
en ellas sepulturas, e a todo ome, que
fuesse Clerigo, o lego, que lo meresciesse por
santidad de buena vida , o de buenas obras.
Como hemos podido comprobar, la distribución de las tumbas es una buena forma de dejar constancia del status social del finado y su familia. Así, los alrededores del altar (el lugar más privilegiado) quedaron reservados para la aristocracia; capillas privadas en las naves laterales de la iglesia fueron ocupadas por los miembros de la oligarquía burguesa; la pequeña burguesía se veía recluida en columbarios; el resto de la población en los cementerios anexos y los pobres en fosas comunes.
La conquista de la ciudad en 1236 de la mano del rey Fernando III supuso, pues, un nuevo cambio en las costumbres funerarias cordobesas; un cambio que implicó la desaparición de las prácticas musulmanas y la aparición de una nueva forma, puramente cristiana, de concebir los enterramientos y la muerte. Estos nuevos usos van a ser herederos de los tardorromanos, visigodos y mozárabes, aunque presentarán novedades y sistematizaciones muy interesantes.
El Fuero de Córdoba, otorgado por Fernando III en 1241, establecía la distribución de la ciudad en catorce barrios -collaciones- presididos por una iglesia. Como ya sabemos, estas iglesias debían contar con su propio cementerio. Estos camposantos desparecieron a lo largo del siglo XIX pero podemos rastrear sus huellas a través de la toponimia antigua –calle del Cementerio junto a la iglesia de la Magdalena- o a través del urbanismo -pequeñas plazuelas en las cercanías de las cabeceras de las iglesias como las de San Miguel o San Lorenzo-.
Las diversas reformas que se han hecho al interior de los templos cordobeses han supuesto la casi total pérdida de las señales externas de estos enterramientos privilegiados. No obstante, a día de hoy se conservan algunas de esas capillas que, siglos atrás, fueron elegidas como el lugar de descanso eterno de los notables cordobeses. Así, la actual capilla del Bautismo de la iglesia de San Miguel, fue capilla funeraria perteneciente, en primer lugar, a los Guzmanes (en el siglo XIV) y, posteriormente, a la familia Vargas (desde fines del XIV). Esta familia es un claro ejemplo de oligarquía local que prospera y busca enterramiento privilegiado lejos del cementerio parroquial. Otro ejemplo lo encontramos en la iglesia -antiguo convento- de San Pablo, templo elegido por un buen número de familias de renombre como morada eterna: Sotomayor, Argote u Hoces son sólo algunos de los apellidos que se pueden leer en lápidas y capillas.
Esta tradición de enterramientos al amparo de las iglesias se va a mantener hasta finales del XVIII e inicios del XIX cuando se instauren los cementerios modernos. A éstos dedicaremos una entrada específica en este blog.
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[magicactionbox id=”11191036″]Historiadora, Arqueóloga e Intérprete de Patrimonio
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