Aunque el Cristianismo comenzó su expansión por el Imperio a lo largo del mismo siglo I d.C., no será hasta mediados del III o inicios del IV cuando empecemos a encontrar, en provincias, muestras evidentes de comunidades cristianas. Es, pues, en las décadas centrales de la tercera centuria cuando el Cristianismo experimente un claro y evidente boom. Este considerable avance de la religión cristiana hay que ponerlo en relación con la inestabilidad social, política, económica etcétera establecida en el Imperio en esos momentos. Las promesas de una vida mejor más allá de ésta hacían que muchas personas se aferraran a esta fe.
En lo que respecta a la concepción de la muerte en el mundo cristiano, el primer elemento a destacar es el uso de la inhumación frente a la cremación. La creencia en la resurrección de los muertos tras el Juicio Final, hacía que desearan preservar el cuerpo en las mejores condiciones de cara a ese postrero momento. La existencia de sarcófagos (la mayoría de mármol) con iconografía cristiana debe vincularse con esta creencia y relacionarse directamente con clases acomodadas cristianas.
En Córdoba contamos con una buena colección de sarcófagos cristianos correspondientes al primer cuarto del siglo IV d.C. Quizás, el más conocido sea el sarcófago columnado que se encuentra expuesto actualmente en el Museo Arqueológico de la ciudad. Hallado en el barrio de Santa Rosa, representa en su frontal varias escenas bíblicas: sacrificio de Isaac, negación de Pedro, multiplicación de los panes y los peces, pecado original y milagro de la piedra de Horeb. De una calidad técnica sobresaliente y, seguramente, importado desde la propia Roma, debió acoger los restos de una persona de gran importancia.
Las necrópolis cristianas tienen una concepción diferente a las paganas. Si estas se encontraban junto a las principales calzadas, aquellas se organizaban alrededor de las tumbas de los mártires. A lo largo del siglo IV, los enterramientos de los que habían dado su vida por la fe fueron señalados, monumentalizados y, posteriormente convertidos en iglesias. Los fieles quisieron enterrarse al amparo de aquellos que ya estaban en la Gloria con la intención de que intercedieran por ellos ante Dios.
Un ejemplo evidente de este tipo de prácticas tiene lugar en el yacimiento de Cercadilla. Una de las antiguas estancias fue reconvertida en iglesia para albergar, quizás, los restos del mártir San Acisclo, muerto durante la persecución de Diocleciano a principios del siglo IV. A lo largo de aproximadamente doscientos años fueron muchos los cristianos que se enterraron allí. La mayoría de las tumbas eran sencillas y consistían en una fosa (sencilla o cista) donde el cuerpo se depositaba en decúbito supino (boca arriba), sin ajuar y cubriéndose con lajas de piedra o con tegulae (tejas). Entre los hallazgos más destacados encontramos la lápida del obispo Lampadio y el anillo-sello del obispo Sansón. Es interesante destacar que desconocíamos la existencia de ambos prelados hasta que tuvo lugar el descubrimiento. La tradición de enterrarse en esa zona pervivió durante la dominación musulmana. Así, en los alrededores, se han podido documentar más de doscientas tumbas mozárabes (muchas de ellas bajo el antiguo hospital Noreña).
En muchas ocasiones no nos han llegado hasta nuestros días las tumbas o las iglesias, pero sí las lápidas que colocaban sobre sus enterramientos. En ellas es relativamente fácil adscribirlas como cristianas ya sea por la iconografía o por las fórmulas utilizadas. Así, la presencia de palomas, peces, cruces y, más tarde, crismones, permiten identificarlas. Por otro lado, expresiones como “vivas in Christo”, “spes in Deo”, “famulus Dei/Christi”, “recessit in pace” etc… nos informan sobre la religión de los enterrados.
El triunfo, a lo largo del siglo IV, del Cristianismo supuso el declive progresivo de las prácticas funerarias paganas y la imposición de estas nuevas tradiciones.
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Muy interessante, gracias!
es que Saray es mucha Saray!!!!