La fundación de Córdoba por los romanos es de sobra bien conocida; y también sabemos que la Vía Augusta, que transitaba entre Roma y Cádiz, pasaba por nuestra ciudad. Los romanos solían señalar cada milla de sus caminos, alrededor de 1.480 metros, con columnas marcadas epigráficamente, que señalaban al viajero cuántas millas había recorrido o cuántas quedaban hasta su lugar de destino. Saliendo de Córdoba, en dirección a Écija (la siguiente población en importancia hacia el sur), había un miliario o mojón kilométrico que marcaba el inicio de la segunda milla; o lo que es lo mismo en latín secunda milla. Este miliario se situaría después del Puente Romano, posiblemente cerca de la Plaza de Santa Teresa, dando nombre a la zona. El topónimo debió ser muy popular, pues a la llegada de los musulmanes en el 711 el lugar siguió denominándose igual; en este caso saqunda. Cien años después de aquello, la población de Córdoba había crecido tanto que se asentaba también al otro lado del río; es decir, en la zona llamada Saqunda.
Este arrabal no era un distrito de chabolas o viviendas diseminadas, sino que estaba compuesto por un importante enclave urbano donde el propio emir Hixem I fundó una almunia (lo que hoy podríamos llamar una finca de recreo), y además mezquitas, cementerios, baños y otros centros asistenciales. Por lo tanto, estamos hablando de una zona muy extensa, que ocuparía desde el puente romano hasta el meandro que forma el río en Miraflores, en la margen izquierda, frente al Molino de Martos.
A Hixem I le sucedió su hijo Alhakem I en el año 796, que fomentó la construcción de mezquitas, jardines o cementerios, favoreciendo la islamización del país y el dominio y control sobre el territorio. Sin embargo, gobernó con mano dura. Según las crónicas que hacen referencia a este emir, algunos sectores del pueblo lo describen como déspota, violento, poco conciliador, poco flexible, autoritario, impulsivo e injusto. Se preocupaba de todos los asuntos, fueran importantes o no, y no se fiaba de nadie, aunque fueran hombres de su confianza. En el año 805 tuvo lugar una conjura de algunos notables cordobeses que conspiraron contra el emir para expulsarlo del trono. Alhakem I mandó matarlos y tras ello, expuso sus cadáveres públicamente. Se estima que murieron unas setenta y dos personas.
Las revueltas no terminaron ahí, pues el 25 de marzo de 818, el arrabal de Saqunda, que por aquel entonces rondaría los 25.000 habitantes, y cuya población estaría formada por cordobeses de clase social baja, posiblemente mozárabes, artesanos, comerciantes y trabajadores del gobierno, se sublevó contra el emir por la subida indiscriminada de impuestos; principalmente sobre el trigo. Los sublevados fueron perseguidos por el ejército del emir incluso en el interior de sus casas, que fueron saqueadas y quemadas; muchos de ellos murieron en el combate y otros tantos fueron capturados para después darles muerte ante su Alcázar. La represión duró tres días seguidos, aunque se respetaron a las mujeres y los menores de edad. Los que sobrevivieron a los enfrentamientos fueron obligados a salir de al-Andalus en un plazo de cuatro días, y todas sus pertenencias y mercaderías fueron llevadas a palacio. El emir redactó un edicto para que ningún gobernador en su territorio les diese cobijo, explicando que habían atentado contra su persona. El arrabal de Saqunda quedó arrasado por completo y se convirtió en campo de cultivo. El emir ordenó, a modo de testamento a sus hijos y descendientes, que nadie jamás volviera a habitar esta zona. Dicho mandato fue cumplido totalmente y durante varios siglos su tierra tan solo se dedicó a cultivos hortícolas. No será hasta 1236, con la conquista cristiana de la ciudad en que, de nuevo, volverá a ser repoblado poco a poco, dando lugar al barrio que hoy conocemos como Campo de la Verdad.
[magicactionbox id=”11191036″]Historiador, Arqueólogo e Intérprete del Patrimonio
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