Hoy nos enfrentamos nuevamente a la historia de Medina Azahara, o mejor aún, a su leyenda, o incluso a la historia de su leyenda, historia de una ciudad que, para la historiografía, casi podríamos decir que nace desde el mito.
Y es que hasta la propia fundación de de la magnífica capital califal, se hunde en el mito de historiadores que jamás pudieron ver la ciudad en su momento de esplendor, entre los que cabe destacar a, Ibn Arabi (1165-1240) y al-Idrisi (1100-1165), que por la época en la que vivieron, no pudieron conocer de primera mano los momentos de esplendor de la ciudad.
Hoy dejaremos a un lado la explicación propuesta por al-Idrisi, en la que un califa derrotado y traicionado en la batalla de Simancas, se encierra en una nueva corte en busca de seguridad, y nos centraremos en la versión de Ibn Arabi, la popular historia de la bella al-Zahra. Es la historia de la bella concubina a la que el califa llamaba al-Zahra (la resplandeciente), nuestra Azahara, la que toda cordobesa y todo cordobés conoce, la historia de una joven esclava venida de tierras norteñas y que pronto fue regalada a Abd al-Rahman III, (al-Nasir) por su abuelo, de la que él quedó fuertemente enamorado, y por la que el califa construiría y bautizaría su nueva ciudad palatina.
Cuando al-Zahra se sentó en su salón contempló la blancura y belleza de la ciudad en el regazo de aquel monte negro, exclamó: <<¿Mi señor, no ves la belleza de esta hermosa esclava en el regazo de este negro?>>
-Ibn Arabi
Pero esto no fue suficiente,la joven norteña añoraba en su ciudad las blancas colinas nevadas de su tierra natal, y su pesar, apesadumbraba al-Nasir, que ordenó destruir el monte negro que disgustaba a la esclava, impulso detenido por sus asesores
<<¡Dios no permita que se le ocurra al Príncipe de los Creyentes algo que repugna a la razón sólo con oírlo! Si se juntaran todas las criaturas durante la vida entera en este mundo cavando y cortando, no lograría eliminarlo, no lo haría desaparecer más que aquel que lo creó!>>
-Ibn Arabi
Ante estas palabras, que más allá de lo puramente práctico, eran una clara advertencia al califa sobre su subordinación a la voluntad de Alá buscó una alternativa. No renunciando a su sueño, Abd al-Rahman hizo buscar a Shams, un viejo jardinero que había venido hasta Qurtuba para la creación de los jardines de la ciudad palatina, y que se ofreció a arreglar el problema: plantarían la sierra con blancos almendros traídos desde las sierras murcianas… ingenioso plan, puesto que la floración del almendro, entre los meses de enero y marzo, vendría a haber coincidido por los meses en los que la norteña habría podido ver blancas las cumbres de su tierra natal.
Entonces mandó talar los árboles y sembró higueras y almendros en su lugar. No hubo paisaje más hermoso, sobre todo durante la estación de las flores y brote de los árboles, allí, entre el monte y la llanura.
-Ibn Arabi
A la leyenda sólo le queda una pregunta, ¿qué función cumplían las higueras en la decoración del blanco monte? ¿Tienen flor blanca acaso las higueras? ¿Tienen flor? He aquí otra leyenda, que no viene al caso, la de la flor de la higuera que la tradición niega… ¿y cómo podrían reproducirse y dar fruto sin flor? ¡Ay! ¡La flor de la higuera están protegidas dentro de una cavidad!
¿O acaso esas higueras de las que nos hablan eran ricino, conocido como “higuera del diablo” y cuyas flores inmaduras son bien visibles y blancas?
Sobre Azahara, la esclava, la amada de Abderramán III, poco hay sobre ella más allá de la leyenda. Decir cabe que concordaría, de haber sido ella real, su procedencia, puesto que era común en la corte cordobesa el contraer matrimonio con mujeres navarras, pero tal y como ilustra le leyenda de Shams y el califa, habría sido demasiado arriesgado incluso para el propio califa, el haber llevado a cabo tamaña obra y su bautizo solamente por amor. Por lo que, al fin y al cabo, nos queda recordar que las leyendas, leyendas son.
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