Si han seguido ustedes las últimas entradas, no es a necesario que les explique que en los dominios de la familia Omeya (bajo la guía de la escuela malikí), la iconoclasia que tradicionalmente atribuimos al Islam no tuvo lugar, lo que nos lleva a nuestro tema de hoy, los famosos cervatillos de la ciudad califal, magníficas esculturas de bronce convertidas en piezas principales de las salas que ocupan en los museos de Medina Azahara, Madrid y Doha.
Fabricados con la técnica de cera perdida sirvieron por si mismos, o como parte de algún grupo escultórico mayor, como surtidores de agua en las distintas fuentes y albercas de la ciudad califal, quedando tradicionalmente asociados a las zonas de palacio por su decoración a base de finos roleos de ataurique, parecen guardan relación con la decoración de distintas zonas nobles de la ciudad, como el Salón Rico o la Casa de Ya’far.
Huecos en su interior, estas piezas serían el último eslabón de la cadena preparada para traer agua fresca a la ciudad califal, que comenzaba en las tomas de agua del antiguo Aqua Agusta Vetus (reparado por los ingenieros de Abderramán III) que llevaba el Arroyo Bejarano hasta la linde norte de la ciudad, donde una red de tuberías de plomo la llevarían de una terraza a otra, asegurando la existencia de presión suficiente en las acometidas, pero no demasiada, tal que no explotasen las tuberías.
Salvados de las fases de expolio de época islámica, posiblemente por la pobreza de material (bronce) y por su carácter icónico, considerado ya herético en la península por determinadas élites, la costumbre tiende a situar su descubrimiento en las primeras décadas del siglo XV cuando la ciudad se convierte en la gran cantera de Córdoba, (sirviendo su piedra para la construcción de edificios como el Monasterio de San Jerónimo de Valparaiso o las caballerizas reales), cuando los cristianos encontrarían estas piezas, y otras muchas más enterradas en las ruinas de la ciudad, algunos cervatillos nunca abandonaría tierras cordobesas, como el actualmente expuesto en el Museo del Conjunto Arqueológico de Medina Azahara, cedido al museo por los Marqueses del Mérito, actuales dueños del monasterio que desde las laderas del Monte de Valparaiso domina el Valle del Guadalquivir.
Otras piezas no tuvieron tanta suerte, y rápidamente se difundieron por todo occidente. La última de estas piezas localizadas es una cervatilla actualmente situada en el Museo de Arte Islámico de Doah que fue vendida el 25 de Abril de 1997 en la Ciudad de Londres, por la casa de subastas Christie’s por “una familia noble europea” (esta es toda la información sobre el anterior propietario que ofreció la casa de subastas) y que, oculta al conocimiento arqueológico hasta entonces, despierta entre los arqueólogos cierta esperanza de localizar más de estas piezas que podrían estar aún en manos privadas.
Queda por decir, para terminar la entrada, al tanto de los surtidores de agua, que los que se han adscrito al yacimiento, no acaban aquí, mereciendo especial mención el cuadrúpedo actualmente expuesto en el Museo de Bargello de Florencia, que algunos estudiosos identifican como otro cervatillo y que no son en realidad sino la punta del iceberg de la iconografía del poder Omeya, extendida luego a algunas taifas como a la granadina.
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