Volvemos hoy a recorrer las estancias de Medina Azahara, ciudad erigida por orden del primer califa de al-Andalus, Abderramán III, quien buscaba con su construcción, la creación de un símbolo para su nuevo estatus y le permitiese proyectarlo más allá de sus fronteras.
Ya hemos recorrido gran parte de esta ciudad a lo largo de las últimas entradas, desde las cocinas hasta los pasillos, y hoy, torcemos nuestro paso para presentarnos en el mismísimo corazón del palacio, el Alcázar, en cuyo escalón más bajo, en el centro geométrico de la ciudad, se encontraba el hoy conocido como “Salón rico” o “Salón de Abderramán III“, lugar destinado a la recepción de los más altos embajadores, y a la realización de los ritos más importantes, conjunción pues del papel del nuevo califa como regente y protector de la comunidad islámica.
Este salón, no obstante, pese a su espectacularidad e importancia, no era un elemento aislado, sino quizás sólo el punto final al programa propagandístico que conformaban los dos jardines de la terraza intermedia, en los que se encontraba, justo frente al gran edificio decorado con autariques, nuestro protagonista de hoy, la Gran Alberca que, según la leyenda popular, fundada en textos de los grandes historiadores árabes, se colmató con mercurio, y era herramienta base en los juegos de poder en los que los califas basaban sus negociaciones.
De acuerdo con la tradición, en el espacio del conjunto presidido del Salón Rico, en algunas versiones en su interior, se encontraba una gran alberca llena de mercurio, que actuaba con un gran espejo que llenaba el interior del edificio con el reflejo del Sol, siendo la gran fuente del tóxico metal la encargada de regular la iluminación del salón, e incluso la que permitía ejecutar determinados trucos destinados a poner las negociaciones del lado de los califas, llegando a narrar una de las versiones, que cuando estas no se desarrollaban en la dirección correcta, Abderramán mandaba a unos sirvientes a “aporrear” el “gran espejo” para hacer estremecerse a los rivales con los súbitos destellos que llenarían la sala en esos momentos.
Aunque parece dudoso cuando menos que existiese una fuente de tamañas dimensiones llena de mercurio, tanto por problemas de salud como por asuntos logísticos, si es innegable que la alberca existió, y es muy posible que, hasta cierto punto, jugase un papel en las negociaciones, siendo un importante elemento de iluminación del salón, situado inmediatamente al norte de esta y que sin duda alguna se aprovechó de sus reflejos para llevar luz al interior del edificio. ¿Acaso es posible que la alberca, siempre llena de agua, acabase por rellenarse de mercurio por obra y gracia de la tradición oral, que no pudo imaginar un espejo más perfecto que el mercurio?
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