Continuamos nuestra singladura por las fortalezas más destacadas de Córdoba visitando esta vez uno de los ejemplos más espectaculares de todo el país. La inconfundible estampa del Castillo de Almodóvar domina un vasto tramo del medio Guadalquivir, desafiante e inexpugnable, verdadero protector histórico de la Ciudad de Córdoba y testigo de los más variados avatares de conquistas y reconquistas. La profunda reconstrucción de la que fue objeto a comienzos del S. XX gracias a su entonces propietario D. Rafael Desmaissieres y Farina, Conde de Torralba, lo ha dotado de un aspecto rotundo y señorial a la vez que ha asegurado su conservación y legado de cara al futuro.
Los primeros pobladores de Almodóvar del Río hacen remontar sus orígenes hasta perderse en los albores del tiempo. Las riberas cercanas del Guadalquivir han aportado diversos materiales adscritos al Paleolítico Inferior, cuando pequeños grupos de cazadores-recolectores habitan una zona rica en recursos clave para su supervivencia. Otros materiales atestiguan la ocupación al menos de parte del Cerro del Castillo por pobladores pertenecientes ya al periodo Calcolítico, si bien hemos de continuar hasta época protohistórica para ver cómo nace Carbula, otro oppidum fortificado encaramado sobre el río cuya población perdura hasta hoy en día. Su nombre es también recogido por el historiador y geógrafo romano Plinio en su Historia Natural además de testimonios de carácter epigráfico.
La construcción del castillo se debe a obra medieval, no obstante sobre restos de una fortaleza probablemente romana. Hacia el año 740 el nuevo poder musulmán, dependiente aún de Damasco y previo al establecimiento del Emirato omeya de Abderramán I, edifica sobre el destacado cerro de Al-Mudawwar una fortaleza que ya desde un principio quedará fuertemente vinculada a la protección de la capital del futuro Califato, dominando y controlando el paso de un Guadalquivir navegable hasta el Puente Romano desde el océano y los caminos que discurren en paralelo. Conquistado a los almohades en 1240 por Fernando III el Santo -inexpugnable, resistió cuatro años más que la capital- será ampliado y ocupado como residencia real por parte de diversos reyes castellanos como Alfonso XI, Pedro I el Cruel -quien guarda en la fortaleza el tesoro de Castilla- o Enrique II de Trastámara. Ya en el siglo XV serán alcaides de la fortaleza los Fernández de Córdoba, utilizada como Cárcel Real en el XVI según noticia de Hernando Colón, segundo hijo del afamado almirante.
El castillo será vendido en 1629 por Felipe IV a D. Francisco de Corral y Guzmán, caballero de la Orden de Santiago, y será heredado por el Marquesado de la Motilla. Ya a comienzos del siglo XX el decimosegundo Conde de Torralba será quien encargue la reconstrucción de la derruida fortaleza al prestigioso arquitecto navarro D. Adolfo Fernández Casanova, dotándola de un palacete neogótico y confiriéndole el aspecto espectacular que luce hoy.
Presenta una planta de rectángulo irregular que se adapta a la difícil orografía del cerro, con hasta ocho torres distribuidas en sus flancos este, norte y oeste. El lado sur es presidido por la magnífica Torre del Homenaje, desafiante, exenta del recinto principal y unida a éste a través de una pasarela fija elevada sobre un abismo. Todo el conjunto, extenso hasta alcanzar más de 5.600 m2, se corona en altura con almenas y sus muros se animan con saeteras. Las torres de la Escuela y la Cuadrada, además de la del Homenaje, se dotan de garitones en sus esquinas y se decoran con matacanes. Al interior toda una colección de bóvedas de diversa factura gótica cubren las distintas estancias palaciegas. En el centro del conjunto un amplio Patio de Armas se dispone en dos alturas distintas, albergando varios aljibes. En la actualidad el renovado dispositivo museográfico desplegado por el interior del castillo se añade como atractivo a uno de los monumentos más emblemáticos de toda la geografía cordobesa.
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