Feria de Nuestra Señora de la Salud
La Feria de Nuestra Señora de la Salud tiene su origen en 1284, año en el que el rey Sancho IV concedió el privilegio al Concejo de Córdoba para que pudieran celebrarse dos ferias de ganado al año, una en la Cincuesma (Pentecostés) y otra en la Cuaresma, con una duración de quince días cada una. En 1422, la feria de la Cincuesma comenzó a celebrarse en los primeros días del mes de Mayo. Más tarde, los Reyes Católicos reafirmaron la celebración de ambas ferias y, en el año 1556, Felipe II ratificaría el privilegio real otorgado dos siglos atrás por el propio Sancho IV.
Realmente, la feria comienza a llamarse de Nuestra Señora de la Salud en 1665, año en el que dos labradores encuentran la imagen de una pequeña Virgen en un pozo situado frente a la Puerta Sevilla, cuyas aguas dicen que devuelven la salud a todos aquellos enfermos que la beben. Para conmemorar el hallazgo se erigió una pequeña ermita en aquel lugar y se transformó en feria, celebrándose los primeros días de Pentecostés.
En 1790, el horario de la feria se redujo a las 10 de la noche por Orden Real, a causa de algunos alborotos registrados en la misma. En 1803, la feria se trasladó frente a la Puerta Gallegos, ya que querían acercarla a la plaza de toros que había en el Campo de la Merced, sin embargo, su emplazamiento definitivo serían los Jardines de la Victoria a partir de 1820. En 1895, la Hermandad de Labradores pide que la feria se cambie al 25 de mayo y, aunque es aprobada su petición, ésta no prevalece hasta 1905, continuando hasta nuestros días. A principios de siglo XX se realizaron actos importantes durante la feria, como es el caso de la Exposición Regional de Industria y Arte, realizada en 1904, o la Primera Demostración de Aviación realizada por René Barrier y René Simón en 1910.
Coincidiendo con la llegada a la alcaldía de José Cruz Conde, en el año 1924, se utiliza por primera vez la electricidad en la Feria de Mayo, y apareciendo en ella las primeras casetas particulares. La crónica de ese año nos cuenta: “… millares de lámparas con pantallas de papel de colores, pendientes de cordones, cruzaban todas las direcciones los pasos, como guirnaldas de flores luminosas, dándole un aspecto verdaderamente fantástico“.
En 1934, Jiménez Lora en “El Comercio de Córdoba” escribió: “… en el llano donde hoy se asientan los jardines del Duque de Rivas, se instalaban las barracas de espectáculos, las buñolerías, cerrado el marco por la larga fila de casetas de juguetes, de dulcerías y de joyas, que se extendían también por la otra acera del Paseo de la Victoria (…) Se decoraba vistosa y artísticamente la Puerta de Gallegos, y de noche, la iluminación menos espléndida que ahora, envolvía el parje en un tono un tanto crepuscular y poético de noche serena y andaluza bajo el plenilunio del florido Mayo…“
Al año siguiente, el director de “El Comercio de Córdoba” escribió: “…Mañanas de mercado con sus escenas típicas de tratos, picardías y gracejo gitanos; desfile de caballos piafantes, coches enjaezados, automóviles señoriales, jinetes flamencos, amazonas tocadas con el castizo sombrero cordobés, jacas postineras de Cañero, tenduchos de trajinantes y toda la confusa algarabía del ferial, con sus imprecaciones y sus risas, sus pregones o cantares, bajo un sol deslumbrante (…) Los botijistas -forasteros llegados a la ciudad por ferrocarril en convoyes especiales denominnados “trenes botijo” invaden los paseos; háblase de toros y toreros. En la aristocrática Caseta de la Amistad suena el jazzband, a cuyo ritmo las parejas bailan incansables; (…) en el fino cristal de las copas fulge la esmeralda de nuestros vinos que inyectan en las venas calor, alegría y elocuencia; ante los ojos atónitos desfilan esculturas femeninas, luciendo los primeros trajes de verano (,,,) y por último las noches tibias y primaverales en la que la feria refulge como viva ascua de oro (…) No es aquella Córdoba plácida y serna de Séneca ni la discreta de Baroja, es la ciudad hirviente, pasional y andaluza que se transforma, por arte mágico, en estos días, inyectando en sus venas el virus del vértigo y la savia de la jovialidad y la alegría…“
Las casetas de la Feria de Mayo no son más que lugares de reunión, que de forma tradicional, en su mayoría, son montadas por cofradías de Semana Santa, peñas, asociaciones, facultades de estudiantes, instituciones públicas…
Por otro lado, la realización de carteles de feria tiene una tradición de más de cien años ya que, a finales del siglo XIX, el Ayuntamiento animó a artistas del momento a que se presentaran al concurso de creación de carteles, participando artistas de renombre como es el caso de Julio Romero de Torres.
En 1994, después de múltiples propuestas, se decide trasladarla definitivamente al Recinto Ferial del Arenal, lugar que ofrece al visitante algo de lo que los antiguos emplazamientos de la ciudad carecían, de espacio. Podemos presumir los cordobeses de tener un recinto acorde con las necesidades del evento.
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Texto: J.A.S.C.
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