En nuestra introducción histórica a Medina Azahara, a la que remitimos, ya expusimos la trascendencia de la adopción del título califal por Abderramán III, y sus causas, y esbozamos además un resumen del reinado de sus sucesores a nivel interno (político, socioeconómico y cultural). Para no repetirnos, vamos a incidir ahora en otros detalles.
Abderramán III (912 / 929-961), nació en el año 891, y se quedó pronto huérfano, al ser su padre asesinado ese año por un tío suyo. Por eso, su educación corrió a cargo de su madre, Muzra (esclava de origen vascón), y su abuela Occa, hija del monarca navarro Fortún Garcés. Pero la rigidez en su educación y la preparación para el puesto que había de desempeñar se deben a su abuelo el Emir Abd Allah. Su ascendencia hispánica por línea materna no impidió su energía en el sometimiento de problemas internos (destacando la revuelta Omar Ibn Hafsun) o sus numerosas campañas victoriosas contra los cristianos. Estas campañas – a pesar de las derrotas sufridas en Valdejunquera (920) y Simancas (939) – le valieron al primer califa cordobés el sobrenombre de An Nasir Li-Din Allah, que significa “el que combate religiosamente por la religión de Alá“.
Aprovechando las dificultades internas por las que atravesaban en esos momentos los reinos cristianos peninsulares, la capacidad militar y política del califato omeya se reforzó más allá de las fronteras peninsulares. Son conocidas sus tensas relaciones con el califato abassí de Bagdad y el fatimí de Egipto; por eso, el Califa quiso dejar clara su preeminencia sobre ellos con su política expansiva en el norte de África –ocupación de Melilla (927), de Ceuta (932) y Tánger (951). En segundo lugar, su acción exterior destaca por las fluidas relaciones diplomáticas establecidas, con La Provenza, Italia, con el Imperio Germánico de Otón I –quien envió una embajada a Córdoba en el año 936– y con el Imperio Bizantino.
Cuando murió Abderramán III le sucedió, con 46 años de edad, su hijo Alhaken II (961-976). Sabemos que éste fue nombrado sucesor de su padre cuando tenía 8 años a causa de la prematura muerte de su hermano y que era muy inteligente y poseía grandes dotes para el estudio. Al llegar al trono, ya contaba con una gran experiencia de gobierno que le sirvió de mucha ayuda. Fue un hombre muy religioso, sobre todo tras sufrir un ataque de hemiplejia en el 974.
Su tendencia al mecenazgo lo convirtió en el polo de atracción más importante de la cultura de la época. Poseía una fantástica biblioteca cuyos fondos fueron notablemente incrementados durante su reinado. Se dice que muchos fueron los cordobeses que fueron a los lugares más recónditos del mundo a comprar manuscritos para su biblioteca, que llegó a tener más de 400.000 volúmenes. Sea esto cierto o no, el nuevo soberano andalusí tuvo una gran preocupación por la expansión de la Mezquita de Córdoba.
Alhaken II adoptó el sobrenombre de Al-Mutansir Bi-Llah (“el que busca la ayuda victoriosa de Allah“) y contó con la ayuda de numerosos colaboradores. El primero era Galib, un liberto convertido en jefe del ejército. El segundo fue Chaffar al-Mushafi, jefe de la administración central cuyo padre había sido preceptor de Alhaken II, lo que provocó que entablasen una gran amistad con la familia reinante. La tercera fue la concubina vasca Shub, que sería la madre del futuro Califa Hisham II.
A pesar del sobrenombre citado, Alhaken II sólo luchó contra los reinos cristianos cuando lo creyó necesario. Más bien, su actuación se centró, con éxito, en la labor de árbitro de las disputas internas de los distintos reinos. Sin embargo, al final de su reinado obtuvo la importante victoria de San Esteban de Gormaz (975).
A Alhaken II le sucedió su hijo Hisham II (976-1013), pero, al ser menor de edad, su poder lo ejerció Almanzor (976-1002), quien instauró una dictadura personal hasta su fallecimiento, luego continuada por sus hijos. A pesar de los notables éxitos militares de este personaje – apodado “el azote de los cristianos” por las fuentes islámicas y Al-Mansur Bi-Llah (“el victorioso por Allah“) – a su muerte el califato entró en franca decadencia y poco tiempo después comenzó la guerra civil que acabó con esta construcción política.
Almanzor es conocido por ser el realizador de la última ampliación de la Mezquita. Así como, por ejemplo, tras la campaña militar (razzia) contra Santiago de Compostela, por llevarse las campanas de oro de la Catedral, para reutilizar ese material en dichas obras de ampliación.
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Texto: Jesús Pijuán.
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